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Un Salwar Kameez es un traje cómodo y elegante, propio de la India y el Pakistán, y perfectamente adaptado al clima |
Capítulo XVIII. Dyson
La Kunvenpunkta1 , o Sala General de Encuentros, era una auténtica vorágine de ruido ya a primerísima hora de la mañana. Apenas si estaba saliendo el sol que la mayor parte del público -ponentes famosos o totalmente anónimos, circunspectos profesores, patrocinadores gubernamentales o privados, auxiliares y ayudantes, estudiantes, organizadores, adjuntos, suplentes, secretarios, colaboradores, invitados, periodistas de diverso pelaje, curiosos… en fin, toda la variopinta multitud que se da cita en este tipo de eventos-, paseaba ya por los pasillos del Saraswati inundando sus cantinas, ocupando todos los asientos disponibles y organizando una espantosa algarabía. Hombres y mujeres de todas las culturas, tamaños, colores, inclinaciones estéticas, preferencias sexuales, género latente o declarado, ya discretos ya ostentosos, se agitaban, charlaban, dictaban notas en sus grabadoras, se llamaban o se evitaban unos a otros, recogían la documentación indispensable que habían olvidado (de ahí las tremendas colas que se estaban formando en los abarrotados terminales de la InforNubo), y sobre todo, comían y bebían para darse fuerzas antes del inicio de las sesiones informales de aquel día previo a la inauguración oficial del simposio.
Era este aspecto lúdico y divertido antes del inicio de unas jornadas de temática tan formal y erudita lo que más gustaba a Radha. Estaba muy satisfecha de que todas las regiones del subcontinente indio se hubieran librado de la injerencia militar en sus asuntos relativos a la astrofísica y el espacio. Al menos de momento. El ambiente hubiera sido muy distinto. Ahora la antigua India se había convertido en una especie de remanso de libertad intelectual, y el papel de Radharani como coordinadora en Bengala la convertía en una de las anfitrionas de la convención, en estrecha colaboración con sus homólogos de Delhi, Gujarat y Kerala. Como siempre hacía, había cuidado mucho su aspecto, y estaba sumamente elegante. Esta vez, sin embargo, la seguía una sombra de inquietud. Había disfrutado de un sueño reparador, pero la perspectiva de un difícil encuentro con Bouchard y sus excompañeros la tenía desasosegada.
Mientras hablaba con un representante del Instituto Stevens vio aparecer a Elaine; se la veía muy animada. Vestía un salwar kameez de tonos verdes que le quedaba estupendamente, se había recogido los rizos en un flojo moño informal y su cabello estaba sembrado de menudas y brillantes estrellitas, conforme a la moda que hacía furor en las regiones indias del norte y centro desde hacía unos meses. Cuando la doctora distinguió a su antigua jefa entre la multitud, agitó la mano en un alegre saludo. Por un momento Radha quedó sorprendida de verla tan desenvuelta, pero pensó que era mejor así; conociendo su carácter asustadizo y desconfiado, ese estado mental positivo sin duda la ayudaría en el delicado compromiso que se les venía encima.
Elaine recogió en el mostrador de desayunos la ración que le correspondía -un té hirviendo y un par de naan rellenos- y se dispuso a almorzar con mucho apetito. Los acontecimientos de la noche habían levantado su ánimo. Si había sido capaz de enviar a Jean Luc a freír espárragos, podría enfrentarse a lo que fuera. Buscó un lugar donde sentarse, y, como todo estaba lleno, salió al jardín y se acomodó en el murete bajo que rodeaba un amplio parterre rebosante de flores. Mientras saboreaba el refrigerio y se distraía con el abigarrado ambiente, oyó que alguien pronunciaba su nombre y volvió la cabeza.
-¿Doctora Boissieu-Marchand? ¿Es usted?
La pregunta venía de un hombre de buen aspecto, vestido con un atuendo de occidente muy anticuado y formal, que estaba de pie a unos pasos, y al que de momento no reconoció.
-Sí, aunque ahora soy simplemente la doctora Marchand. Pero ¿nos hemos visto antes?
El hombre se acercó hasta situarse delante de ella; Elaine advirtió que su sonrisa era muy simpática y atractiva. Sus blancos dientes contrastaban con su piel, muy oscura, y los ojos eran negros, grandes y expresivos.
-Mark Dyson. ¿Se acuerda? En Bosten, entonces yo trabajaba para Science-Plena.
-¡Claro! Encantada de verle, señor Dyson.
Se levantó, dejó con cuidado el vaso de té y le estrechó la mano. Ahora sí que sabía de quién se trataba. Era un periodista de ciencia especializado en temas de astrofísica y exploración espacial que se había interesado enormemente por el caso de la Mare Undarum, y uno de los pocos a quienes permitieron entrar en contacto con los tripulantes durante la encuesta oficial. A diferencia de otros, había sido muy respetuoso y profesional, y nunca aventuró teorías extravagantes. Supo ceñirse a los hechos y a los resultados de la investigación, y todo el equipo quedó muy bien impresionado por su trabajo. Fue una lástima que la falta de tirón mediático de su reportaje y su carencia de detalles morbosos lo relegaran a revistas muy especializadas, y que lo que realmente llegara al público general fueran detalles escandalosos, la mayoría exagerados o simplemente inventados por parte de reporteros con muy pocos escrúpulos.
-Siéntese, ¿ya ha almorzado? -Elaine le ofreció uno de los naan, pero él declinó la invitación con un gesto, y, una vez cumplidas las obligaciones de la etiqueta, se acomodó en el murete, a su lado.
-No se preocupe, luego comeré algo. Muchas gracias -Dyson se dirigió a ella con una especie de educado interés-. La verdad es que me he llevado una gran sorpresa, doctora Marchand. Creía que usted se había apartado completamente de la carrera de astronáutica.
-Pues sí. Cuando acabó la investigación volví a mi región y conseguí encontrar trabajo como médico en un pequeño hospital. Ahora soy responsable del servicio UCI en el Hospital General de Sarlat. Y estoy muy satisfecha.
-Entonces es curioso que la encuentre asistiendo a este evento, y más si consideramos -el periodista hizo una pequeña pausa y la miró directamente a los ojos- que no es la única tripulante de la Mare Undarum a la que he visto esta misma mañana aquí, en el Saraswati.
Elaine, que estaba mordiendo una de las empanadillas, sintió una repentina sensación de atragantamiento, pero enseguida se repuso.
-Sí, claro, la doctora Chatterjee es miembro de la organización del simposio. Seguro que la ha visto en la Sala General, llevaba un sari precioso, azul y dorado…
-Desde luego, esperaba encontrar a la doctora Chatterjee en la convención. Y sí, el sari es espectacular. Pero a quien me refiero es a otra compañera suya, la doctora Minamoto. ¿Sabía que ella también estaba aquí?
-Ah, pues… -Elaine quedó completamente desconcertada, y su confusión no le pasó por alto a un reportero tan experimentado como Dyson-. Bueno, sí, aunque aún no la he visto… Mejor dicho, la vi ayer, hoy aún no…
Mark Dyson la contempló pensativamente.
-¿Se va a tratar del tema de la Mare Undarum en algún momento? Creí que ya estaba cerrado.
-Sí, sí, no, en realidad… Quiero decir que es casualidad que estemos las dos aquí.
Elaine tenía una bola de fécula en la boca que no se atrevía a masticar y mucho menos a tragar. Dyson decidió apiadarse de ella y dejar las preguntas por el momento. Ya averiguaría lo que estaba pasando sin necesidad de ponerla en un apuro.
-En fin, doctora, me alegro de haberme cruzado con usted, ya nos iremos viendo en estos días.
Le tendió la mano para despedirse. Ella se la estrechó con reticencia, pero pronto se serenó al darse cuenta de que el hombre se marchaba tranquilamente sin profundizar en el asunto.
Elaine se apresuró a acabar su tentempié y volvió a entrar en el Kunvenpunkta. Estiró el cuello buscando a algún compañero y pronto distinguió un discreto kimono castaño y un moño negro veteado de gris que otorgaban a su poseedora más sobriedad que distinción. Se dirigió hacia Aiko, que estaba junto a una consola revisando documentación recogida del InforNubo, la tomó del brazo sin ceremonias y la apartó lo mejor que pudo del resto de la gente.
-¡Elaine-san! ¿Qué pasa? Buenos días, por cierto.
-Lo siento, Aiko. Acabo de tener un encuentro alarmante. ¿Recuerdas a Mark Dyson?
-Pues… no -Aiko frunció el ceño intentando localizar el nombre en los entresijos de su memoria-. ¿Quién es?
-Él se acuerda perfectamente de ti. Se trata de aquel periodista que nos entrevistó durante la investigación de Bosten.
-¿El que vino desde Nueva York?
-El mismo. Te ha reconocido, y a mí también. Lo primero que me ha preguntado es si la tripulación de la Mare Undarum volvía a reunirse.
Aiko sonrió, aunque sin humor.
-Espera a que encuentre por aquí a Quinteros y a Gantomor. No nos lo sacaremos de encima.
- ¿Te imaginabas esta tremenda cantidad de gente? ¿Y si hay alguien de la TSA de hace dieciséis años que se acuerde de nosotras?
-Será mejor que seamos prudentes y no paseemos mucho por los pasillos. Imagino que Bouchard nos convocará para el encuentro. Por cierto -la japonesa miró a Elaine entre admirada y divertida-. ¿Cómo has conseguido estos adornos del cabello tan bonitos? Te quedan muy bien.
-Es silicona modificada en forma de aerosol, que se pulveriza sobre la cabeza y se adhiere al pelo. Hay de diferentes tipos. Los venden en los tenderetes a la entrada del Saraswati. ¿Quieres uno?
-Lo que nos faltaba para llamar la atención, brillos sobre mi cabeza -el tono de Aiko era lo más jovial que Elaine le hubiera escuchado nunca-. Dejémoslo así. Vamos a avisar a Quinteros. No le he visto aún.
-Mejor vayamos hacia su habitación, es pronto y no debe de estar listo todavía. Justo llegó ayer por la tarde y seguramente aún está con desfase horario.
Las dos mujeres se encaminaron hacia la salida posterior para encontrar el sendero que comunicaba con el Pavitranda procurando pasar todo lo inadvertidas que fuera posible. Al hacerlo no se dieron cuenta de que Mark Dyson, desde el otro extremo de la gran sala, no las había perdido de vista en ningún momento. El reportero sonrió. Era evidente que las dos mujeres se traían algo entre manos, con el conocimiento o no de Radharani Chatterjee, y que algo interesante se estaba cociendo. Colocó su fonograbadora de laringe y la cámara de la sien en posición de activado. Eran tan pequeños y bien camuflados que nadie se daba cuenta de su funcionamiento. Empezó a registrar imagen y sonido mientras las seguía con discreción.
(Continuará)
1 Punto de reunión.
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