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El Stitch original (experimento prohibido 626) es un ejemplo de lo que podrían ser seres hostiles al hombre. Fotograma de la película Lilo y Stitch (2002) |
Capítulo XII. Despertar
Una luz que se intensificaba de forma progresiva despertó a los cinco tripulantes de la Mare Undarum de una forma cómoda y suave. Apenas si se dieron cuenta de que habían pasado de un sueño profundo a un estado de vigilia muy descansado. La memoria volvió también de forma gradual y Radha fue la primera en levantarse del suelo y mirar a su alrededor. Los demás la siguieron con movimientos lentos, como si les abrumara una fatiga más emocional que física. Elaine advirtió que por el momento no quedaba rastro del control mentálico a que habían estado sometidos, y pensó con sensatez que, en aquellas circunstancias, la respuesta más lógica a la recuperación de todas sus facultades habría de ser el miedo. En cambio, ella se sentía extrañamente optimista, e incluso experimentaba una excitación cada vez más intensa, como si anticipara alguna revelación sensacional.
Se encontraban en el mismo sitio en que habían caído, pero ahora estaban solos, o al menos lo parecía. Unos a otros se miraron, expectantes, aunque nadie se atrevía a ser el primero en hablar. Las circunstancias eran tan extrañas que en realidad no sabían si es que estaban soñando. Finalmente fue el segundo ejecutivo, Iderbayarii Gantomor, el que se dirigió a sus compañeros:
-Bien, ¿era todo una pesadilla, o una alucinación? ¿Qué creen?
-Nada de eso. Fíjense en este lugar; no estamos en la Mare Undarum, sino en la misma sala en que hemos encontrado a los extraños -el tono de Radha Chatterjee era áspero-. ¿Nos han hecho dormir y ahora nos despiertan? ¿Somos sus ratoncillos?
-No creo que la cosa vaya por ahí. Esto debe de ser lo que llaman un primer contacto -Elaine, por esta vez, y persistiendo en el mismo estado anímico que había sentido desde el principio, era la que se mostraba más positiva-. ¿No les parece emocionante? ¿Algo trascendental? -se exaltaba a cada palabra, y toda ella parecía anhelante.
Iderbayarii la miró como si no pudiera creer lo que estaba oyendo. Y no era el único, en los rostros de todos sus compañeros se manifestaba en mayor o menor medida la estupefacción más absoluta, pero el matemático fue el único que contestó a la doctora.
-¿Emocionante? Yo no sé si me he vuelto loco, si me han drogado, si esto es un engaño descomunal… No le veo ninguna gracia, Elaine… ¿Cómo puedes abordar esta situación con tanta frivolidad? Lo siento, pero no se me ocurre otra palabra.
-Más bien de forma muy ingenua -esta vez fue Aiko la que habló. Elaine se volvió hacia ella con extrañeza.
-¿Por qué ingenua? No soy ninguna niña.
-Porque estás mal influenciada por todas esas novelas y relatos de ciencia ficción, o más bien de tonto-ficción -el mongol le habló con seriedad, pero amablemente-. En esas historietas, los extraterrestres, porque supongo que eso es lo que crees que son, sólo pueden presentar dos aspectos: hostil o benevolente. Si fueran hostiles ya estaríamos muertos; como estamos vivos, han de ser benevolentes, y por lo tanto, honrados, compasivos...
-Quizá incluso han venido a salvarnos y hacer que la Tierra sea un paraíso -Quinteros también había intervenido con rostro sombrío-. Qué bobada. Siempre esperando que cualquier Deus ex machina nos venga a sacar del apuro. Todo menos crecer en la gracia del verdadero Dios.
Gantomor le miró de reojo aunque continuó hablando a su compañera. En su tono no había acritud, pero Elaine le escuchaba dolida.
-Ya sea que tengan tentáculos o pinzas, o parezcan querubines del Renacimiento europeo, lo mismo da, el imaginario únicamente sabe pensarlos como ángeles o como demonios. Pero las cosas no son así de sencillas, eso es antropomorfismo. Entre estos dos casos extremos hay una infinidad de posibilidades, todas las cuales me parecen inquietantes.
La jefe de misión Chatterjee afirmó con la cabeza. Su porte taciturno y su expresión sombría mostraban bien a las claras que todos aquellos sucesos la empezaban a afectar negativamente y que no encontraba la forma de abordarlos con su habitual eficiencia.
-Tiene razón Gantomor. Y a mí se me ocurre otra opción, y muy alarmante… ¿Habremos sido engañados por la TSA? ¿Será un fraude muestra misión? ¿Estaremos en la Tierra, encerrados en cualquier subterráneo, y estarán observando nuestras reacciones a un pretendido encuentro con alienígenas?
Los rostros de Aiko y de Quinteros expresaron el terror más absoluto ante estas afirmaciones. La mujer cerró fuertemente los ojos y, haciendo un esfuerzo titánico, consiguió controlar las emociones que se desbocaban; su rostro se concentró y pronto se fue serenando. Sin embargo, el telemetrista empezó a experimentar dificultades para tomar aire, su respiración se alteró, y entró en hiperventilación mientras un sudor frío corría por su frente. Por suerte, Elaine los observaba a todos con mucha atención y no perdió ni un segundo. Se dirigió hacia él con rapidez, le hizo sentar en el suelo presionando sus hombros, y le habló con voz grave, serena y bien articulada, mientras con su izquierda le tomaba la mano derecha y le obligaba a levantar el rostro hacia ella.
-Mírame, mírame fijamente a los ojos. Así. Así. Ahora toma aire, todo lo profundo que puedas.
En el momento en que José inspiraba, Elaine dio un rápido tirón del brazo que tenía sujeto mientras con su derecha presionaba su frente hasta echarlo hacia atrás. Los párpados de Quinteros se cerraron y él se dejó caer hacia delante, perdiendo parte de su rigidez. Elaine le obligó a abrir de nuevo los ojos.
-Abre los ojos, vuelve a mirarme, puedes hacerlo. Ahora inspira, muy profundo.
El correntino volvió a inspirar, esta vez con más normalidad, y Elaine repitió la maniobra. Quinteros se relajó completamente y se desplomó en los brazos de la doctora, que le sujetó con habilidad para que no cayera bruscamente al suelo.
-Así, José, respira, respira… Cada vez estás mejor. Toma aire, suelta aire, así.
La doctora, sin dejarlo ir, empezó a marcar el ritmo de la respiración, al principio igualando la de Quinteros, después la pausó de forma gradual y el hombre la siguió. Poco a poco se calmó y se quedó sentado, con la cabeza reclinada en el hombro de la doctora. Cuando ella advirtió que ya se había sosegado lo suficiente, lo dejó ir hasta que estuvo acostado en el suelo. Soltó uno de sus gruesos guantes de aislamiento y lo hinchó al máximo, lo puso bajo su cabeza, y con un gesto suave le cerró los ojos. Añadió el otro guante para conseguirle cierta comodidad y le siguió hablando de forma constante.
-Así, respira, respira. Y ahora duerme, duerme, sientes una gran tranquilidad, y todo está bien. Tú escuchas mi voz, lo demás no importa, solamente mi voz. Mi voz que te relaja, que te calma.
El resto del grupo observaba en silencio. La presencia de Elaine era tan poco esplendorosa que les costaba relacionarla con la seguridad y competencia con que estaba abordando todos aquellos momentos críticos. En realidad, como hasta entonces habían disfrutado de un viaje perfecto, ningún incidente de salud había exigido su atención, y, de alguna forma, parecía el miembro más improductivo del equipo. Una especie de componente de reserva, que posiblemente no se tendría que utilizar jamás. Y quizá, como la gran mayoría de las herramientas de emergencia, finalmente fallaría cuando se la necesitara. Pero desde que comenzó el descenso estaban comprobando que, aunque de forma inocente, como tantos otros, habían subestimado a Elaine Marchand.
La doctora levantó los ojos y los observó con mirada crítica.
-¿Todos bien?
-Estupendamente, y, desde luego, saber que estamos en tan buenas manos reconforta -Iderbayarii le respondió de forma inmediata mientras le sonreía con aprecio.
-Madre mía, si es lo más sencillo del mundo. El día que tengamos un auténtico problema grave ya valoraréis mi actuación. Esto no es absolutamente nada, cualquiera puede hacerlo. Ya os enseñaré cómo va, que no está de más aprenderlo -se levantó, imperturbable, y se apartó de Quinteros-. Dejémosle espacio y unos momentos de silencio para que se recupere.
El resto la miraba con gran interés, y quizá incluso aprobación. Aiko se inclinó ante ella.
-Doctora Marchand, me estoy dando cuenta de que hemos tenido suerte al compartir este viaje con alguien tan sensible a los estados mentales de los demás, y con tan buen criterio. Durante la caída hacia Titán…; después, cuando yo estaba aterrorizada. Y cuando el doctor Gantomor no despertaba… en todas las ocasiones supo qué hacer sin intervenir en exceso, ahora también. He tenido compañeros a los que por mucho menos les han inyectado un fuerte sedante, estimulantes o incluso barbitúricos. Creo que ninguno imaginaba que sería usted tan eficaz ante este tipo de imprevistos. No dejaré de mencionarlo en mi informe.
Radha se reafirmó en el juicio de la vulcanóloga.
-Muy cierto. Desde que empezó todo el incidente la actuación del equipo ha sido ejemplar -miró a sus compañeros uno a uno- aunque eso ya me lo esperaba. Pero usted me ha sorprendido. El doctor Gantomor le había hecho justicia.
-Por favor, ya está. En realidad, aún no me he enfrentado a ninguna emergencia que me haya obligado a darlo todo. Digamos que no he tenido que salvarle la vida a nadie. Todo esto es lo mínimo que pueden esperar.
Aunque podría parecerlo, las palabras de Elaine no eran ninguna muestra de afectación. La doctora creía verdaderamente que nada de lo que ella hacía tenía gran mérito y que el primero que pasaba por su lado la podía sustituir. Era uno de los rasgos que la hacían tan atrayente para cierto tipo de personas, aquellas que valoran la modestia y la sencillez y saben discernir más allá de las palabras. Pero cuando trataba con individuos más superficiales, estas cualidades se convertían en una auténtica trampa.
Había tenido suerte con este equipo, porque tanto el mando de la TSA como la responsable de proyecto, la doctora Chatterjee, habían sido capaces de ver más allá de su timidez y darle una oportunidad. De todo el grupo Gantomor era el único que la conocía previamente, y sus informes pesaron de forma favorable en el ánimo de los directivos. Les interesó que no se tratara de una fanática de los medicamentos, cosa poco corriente entre los especialistas de salud que participaban en viajes espaciales. Demasiados inconvenientes estaban ocasionando los médicos integrantes de algunas misiones, que no veían más solución que un tratamiento químico contundente para afrontar cualquier anomalía -por leve que fuera-, a fin de evitar que hubiera retrasos en los proyectos o que quedaran incompletos. El gasto en fármacos de las operaciones espaciales estaba empezando a ser desmesurado, y no era esto lo más grave. El estado de salud de muchos astronautas se había resentido, llegando en algunos casos a la dependencia o a peligrosas insuficiencias hepáticas y renales. Elaine Marchand, hija de padres poco convencionales, empleaba siempre que podía la forma menos invasiva y más sensata de tratar los problemas de salud. No había muchos profesionales capaces de actuar en esta dirección y en la TSA se estaban empezando a valorar favorablemente estas disposiciones.
-Ya damos por supuesto que sabrá usted abordar una patología física o psíquica, por grave que sea, o las consecuencias de un accidente; es su actitud ante situaciones más sutiles lo que es notable -la doctora Chatterjee miró a su alrededor pero no vio nada relevante-. Por cierto, ¿a alguien le funciona el crono? ¿Podemos saber cuánto tiempo hemos estado inconscientes?
Todo el equipo comprobó las cronobandas de sus trajes, y al parecer todas coincidían. Desde que salieron de la nave hasta el momento actual se habían contabilizado algo más de 38 horas.
-¡Pero si eso es un día y medio! ¿Qué estarán pensando en… en casa? -la frase de Elaine acabó en un susurro. Radha no permitió que la pregunta llegara a penetrar en sus cerebros y habló con determinación.
-Concentrémonos en el aquí y el ahora. Pongan su atención en el suelo que están pisando. Noten el contacto, noten que pesan. Estamos en este lugar y hemos de dar respuesta a cuántas incógnitas se presenten. Ese es nuestro objetivo y la finalidad a que deben tender nuestros pensamientos -cuando comprobó que todos estaban atentos a sus palabras miró a su alrededor y suspiró-. Bien, vamos a ver qué pasa ahora.
Las palabras de Radha les apaciguaron, aunque un vago desasosiego fue el fruto más evidente de su regreso al momento que estaban viviendo. Sin embargo, su incertidumbre fue corta. Fue José Quinteros quien les avisó. Desde su posición de tendido vio atónito una escena que señaló enfáticamente a sus compañeros.
-¡Miren! ¡Ahí atrás! ¡Es increíble!
Todos se volvieron siguiendo la dirección de su dedo. Y completamente pasmados tuvieron que ver cómo unos asientos, exactamente iguales a los que se encontraban en la zona de descanso de la Mare Undarum, incluso dispuestos en círculo, empezaban a emerger de la misma sustancia del suelo, de la misma forma en que los champiñones brotan del humus.
(Continuará)
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