dimarts, 18 de febrer del 2025

Una laguna en el mar de las olas (VI)


Militares para el espacio: la Fuerza Espacial


 

Capítulo VI. Corrientes

Martina Sosa salió del Liceo de Educación Artística Tumé Arandú, en Corrientes, donde era profesora de música, mucho más tarde de la hora prevista. En un colegio de postín como aquel, donde se intentaba cobrar a los padres una derrama tras otra a fuerza de hacer que sus hijos se lucieran, los preparativos de la función de Navidad eran siempre agotadores, y aquel día los niños estaban especialmente revoltosos y la directora muy quisquillosa. Corrió para atrapar el último bus ERSA y llegó a casa con bastante facilidad. Por lo menos no tenía que preocuparse por sus propias hijas, ya que su marido había solicitado un permiso de tarde para poder cuidar de las niñas a la salida de la escuela, mientras que ella intentaba que veinte críos negados para el arte representaran algo parecido a una ópera bufa sin que nadie protestara por el ridículo y ella no tuviera que morirse de vergüenza.

Al poco rato, Julia y Raquelita saltaban como dos muelles encima del sofá mientras su madre abría las cajas de adornos navideños y colocaba decenas de chismes de todos los colores sobre la mesa del comedor. La mujer, pequeña y de buena figura, mostraba cierta tensión en sus rasgos debido al cansancio, pero a las niñas les hacía tanta ilusión empezar a preparar el árbol y el pesebre que no fue capaz de resistirse.

-¡José! ¿Vienes a ayudarnos?

-Sí, papá, papá, ven, corre, mira, miraaaaa… -Raquelita dio limpiamente un salto mortal y aterrizó de posaderas sobre los cojines.

-Un momento, un momento -la voz sonaba abstraída-. Estoy con las noticias de las agencias espaciales. Ya voy…

Martina suspiró. Por más que lo intentaba no conseguía entender por qué su marido se obstinaba en seguir la actualidad de la astronáutica. Como si no hubiera tenido bastantes disgustos y problemas cuando regresó de aquella desastrosa misión a Titán. Aunque su relación empezó más tarde, conocía perfectamente todo el caso porque en su momento fue muy comentado en la iglesia, y aún ahora era un tema recurrente en sus conversaciones. Desgraciadamente, el tiempo que había pasado no hacía más que agrandar la herida: con cada nueva noticia, con cada primicia de la TSA, con cada comunicación (triunfante o desalentada, tanto daba) emitida desde la irregular misión Oceanus Procellarum o desde la nueva y flamante base Serenitatis -el nuevo proyecto estrella de la vacilante astronáutica actual-, José parecía hundirse más y más en su propio y hosco mundo. Como si su esposa y sus hijas estuvieran en un plano aparte, meras comparsas en la rememoración de su antiguo esplendor, de lo que podría haber sido y no fue, del momento más hermoso y a la vez más aciago de toda su vida.

Mientras sacaba de la caja el árbol artificial automontable, mientras escuchaba el parloteo de las pequeñas, mientras buscaba las velitas de alta protección y bajo consumo, mientras intentaba recordar cuál de las figuras era San José (si la de la vara florida o la del bastón curvado; ambas tenían el mismo tamaño, la misma pose, la misma barba, la misma túnica y las mismas sandalias), Martina tendía el oído hacia el despacho de su marido e intentaba comprender las noticias a base de interpretar fragmentos de frases que llegaban como crípticos mensajes desde el más allá.

-No encuentro al Niño Jesús, el pesebre está vacío.

Confirman el… infortunado… pérdida de combustible… base marciana… imputado el teniente…

-Mamá, ¿la ovejita la pongo aquí, o encima de la montaña?

“Rechazo a la propuesta… fuera de presupuesto… el responsable, coronel Cherkaoui…”

-¡No, esa bola es mía, la quiero colgar aquí abajo y mirarla! ¡Suelta, tonta!

“…comandante Sanders… visto bueno… misión Venus 5…”

-Mamáaaaaa, que si la ovejita va aquí, o…

“…desde Serenitatis el coronel… grandes expectativas…”

José masculló una exclamación ininteligible y cerró el contacto. Martina esperó, ni siquiera podía entender lo que Julia le estaba diciendo. Sólo tenía ojos y oídos para su marido, que salió de la habitación con peor aspecto que nunca, cabizbajo, y se dejó caer desmadejado en un extremo del sofá. Inmediatamente la pequeña Raquel se le subió a las rodillas, agitando sus negras coletas, pero su padre ni la miraba, en aquellos momentos se tapaba los ojos con la mano.

Martina dejó las figuras, apartó a la chiquilla con suavidad y tomó las manos de su marido. Consiguió finalmente hacerle levantar la cabeza y se horrorizó cuando vio las lágrimas que caían sin control, formando grandes regueros en su rostro bondadoso.

-¡Divino Jesús! José, cariño ¿qué ocurre?

-¿Lo has oído, lo has oído?

-¿El qué? Cálmate, amor mío.

-¡Militares! ¡Están enviando militares al espacio! Primero fue un pretendido coordinador en una base de la Luna, con una explicación que nadie creyó, pero que no se pudo soslayar. Después, la Oceanus Procellarum con la excusa de la falta de personal cualificado. Ahora se están metiendo por todas partes, y me acabo de enterar de que todos los miembros del personal de Serenitatis pertenecen al ejército, y no es de ayer… Esto se hunde, lo van a destrozar todo. Si los militares se inmiscuyen en los viajes, en las estaciones… ¿qué va a ser de nosotros? Las bases serán cuarteles, van a llevar su porquería por todo el sistema solar, vamos a volver otra vez a lo de antes… Secretismo, disciplina y ley marcial, espías, delatores… Bastante mal están las cosas como para agravarlas con este despropósito.

-No lo entiendo, José. ¿Militares de qué región?

-Siempre son los mismos. Norte Continental, Asia Oriental… ¿qué más da? Están forzando la entrada de personal castrense en la TSA. Hace unos días estuve hablando con Carlos Belgrano, el coordinador de…

-Sí, me hablaste de él varias veces. Es rioplatense, ¿verdad? -Martina intentaba serenarlo escuchándolo atentamente mientras le ponía un brazo sobre los hombros.

-Ya me lo avisó, en mi antiguo departamento ya no queda ni un ingeniero civil; poco a poco, primero uno a uno, luego de a dos, al final ya sin disimulo, han sustituido a todos los técnicos por soldaditos. Ahora van arriba y abajo luciendo rayitas, estrellitas, alitas y gorras de plato de diversos colores…

-Amor, no te exaltes, las niñas se están asustando.

-Volveremos a los tiempos de los retatarabuelos, cuando había que jurar fidelidad al ejército tal o cual para poder ir al espacio, cuando todo eran uniformes estúpidos, saludos trasnochados… Mi pobre bisabuelo Matías, tan buen ingeniero, y le destrozaron la carrera por no querer traicionar su conciencia… y, aunque nunca lo reconocieron, por ser demasiado morocho para su gusto y en casa hablar criollo. ¿De qué ha servido tanta lucha, de qué sirvió que tantos y tantos profesionales dieran su vida entera para conseguir una astronáutica libre, con acceso para todos los países por igual? ¿Por los méritos científicos y no por el poder de las armas? Y ahora, en diez años, retrocedemos más de un siglo. No aprendemos, los humanos no aprendemos…

Martina estaba aterrorizada, nunca había visto a su marido enardecerse de ese modo, hablar en este tono a la vez furioso y abatido. Cuando le oyó sollozar apenas si acertó a abrazarlo, fuerte, muy fuerte, mientras le acariciaba el cabello, la cara... Las niñas estaban de pie ante ellos dos, cogidas de la mano y con los ojos enormemente abiertos. Se fueron acercando a la pareja muy despacio y su madre las acogió y los envolvió a todos con su abrazo. Así quedaron los cuatro, estrechamente unidos, mientras los suspiros de José iban remitiendo y las manos de la familia se tomaban fuertemente unas de otras, y las cabezas se tocaban, cuerpo múltiple convertido por el amor en una sola alma. José lo sintió como un último refugio en medio de la locura y deseó, deseó con una intensidad desconocida hasta entonces, no tener otra cosa que hacer que abrazar a sus tres chicas y cruzar todos juntos la frontera entre la realidad y el otro mundo, camino del cielo, dejando atrás tanta miseria y tanto dolor.


(Continuará)


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