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Un ger en la estepa de Mongolia |
Capítulo V. Ulaanbaatar
El funcionario de correos subió ágilmente los diez pisos (aborrecía los decadentes ascensores, construidos para blandengues), se detuvo ante una puerta de madera tallada y pintada y presionó el timbre metálico, que emitió un sonido cantarín. La rápida aparición de una imponente dama lo pilló casi por sorpresa. Era una mujer bastante alta de anchas mejillas, con un abultado moño, que vestía una gruesa bata tradicional de tonos rojizos. El día era frío, no se podía negar. La señora se hizo cargo del paquete con eficiencia, dio la propina que consideró adecuada y, una vez cerrada la puerta, rompió el papel que lo envolvía y leyó atentamente una de las cartas, dirigida a ella, con noticias y cotilleos de toda la familia, dejando a un lado la que estaba destinada a su marido. Gorjeó de placer ante el contenido de un paquetito cuidadosamente cerrado con su nombre escrito: unos bellos pendientes de cuarzo rosa, plata y coral. Había más cosas, pero las dejó para Iderbayarii, él las repartiría entre todos.
Pocas horas más tarde mostraba todos los tesoros que había encontrado a su marido, acabado de llegar de su trabajo en la universidad.
-¡Qué hermosos regalos! -parloteaba la mujer-. El cinturón para ti… Este collar para nuestra hija y los zapatos de invierno para los gemelos… Y mis pendientes. Los primos son muy amables.
-Más de lo que te imaginas. Nos han invitado a pasar unos días con ellos, ahora, durante los días de permiso de invierno -Iderbayarii agitaba la carta entusiasmado-. Tengo muchas ganas de ir.
-¿En un ger? ¿Todos, con nuestros hijos?
La buena señora sintió un ligero estremecimiento. Pero después pensó en las estufas, y las excelentes alfombras, y en las gruesas ropas que les prestarían, y se alivió un tanto. Además, las primas los mimarían y podrían aprovechar para comer muchas cosas ricas -empezaba a hartarse de la dieta a base de proteínas cultivadas, que era casi lo único que encontraban en los economatos de la ciudad-. Charlarían durante horas mientras cocinaban, tejían o bordaban, montarían a caballo, podrían disparar con el arco… Sería como volver a su primera juventud, antes de empezar la licenciatura. A los niños les encantaría. Se animó inmediatamente. En cuanto a Iderbayarii, se enardecía por momentos, no hacía falta que nadie le espoleara.
-Podré participar en los entrenamientos de lucha, y cabalgar… En dos días nos podemos marchar si empiezas hoy a preparar el equipaje…
-Tengo que pensar en regalos para todos. Me llevará más tiempo. Y ellos han enviado obsequios estupendos, no sé si encontraré nada que podamos pagar…
-No hace falta que te apures tanto, Ochir. No se trata de competir. ¿Cómo se llaman esas deportivas translúcidas que a todos los jóvenes les gustan tanto? No son caras.
-Oh, sí. ¿Tendremos bastante con diez pares? Como se adaptan a todos los pies no hay que preocuparse del tamaño. Me llevaré a Oyuun y escogeremos las más bonitas.
-Buena idea, y mira a ver si encuentras unos sombreros de ese nuevo tejido de aguas que acaba de llegar de Beijing para mis primos, un par de muñecas vivientes para las primas y robobestos para los chiquillos. Seguro que a Oyuun le encantará ayudarte con todo eso.
La mujer rió, complacida. Empezaba a ilusionarse con la perspectiva de unas vacaciones nómadas, y estaba segura de que sus hijos disfrutarían. Oyuun podría dejar por unos días los eternos juegos virtuales y aprender la forma de vida tradicional de las muchachas de su edad, y los gemelos se fortalecerían con tanto ejercicio. Aunque tendría que procurar que los regalos no se le llevaran el presupuesto del mes.
Iderbayarii soñaba despierto. El viento en los cabellos, una buena galopada por la estepa… Así descansaría durante unos días del encierro de los despachos y las clases. Las malditas clases. ¡Él que había tenido por delante un futuro tan prometedor como astronauta! Un intenso malestar empezó a invadirle, y se sintió harto de todo: de la universidad, de los alumnos desganados, de las interminables reuniones, todo sin auténtica sustancia, estéril… y se dio cuenta de que, una vez estuviera en el ger con su familia, no desearía volver. Le parecía que las llanuras llamaban al guerrero que vivía en su interior y que lanzarse hacia ellas era como volver al espacio, al descubrimiento, a la conquista de lo desconocido. Tuvo una sensación opresiva, parpadeó con extrañeza y abrió los ojos. Su esposa lo miraba con los ojos muy abiertos. El rostro habitualmente afable de su guapo marido se torcía en una extraña mueca feroz, su nariz, recta y armoniosa, se arrugaba, se ensanchaba y parecía querer aspirar todo el aire de la habitación…
-¡Ider! ¿Te encuentras bien?
-Sí, sí… Tranquila. Va, ocúpate de los regalos y el equipaje, voy a tramitar los permisos y nos vamos pasado mañana. Después hablaré con los hijos.
Tomó su visifono y pidió contacto con Recursos Humanos de la universidad. Mientras esperaba la comunicación vio que el viditel parpadeaba: tenía una llamada perdida. Desde Nueva Delhi. También habían dejado un mensaje escrito con el asunto de la llamada: «Acudir Convención Astronáutica», y una fecha del mes de diciembre. Cuando vio el nombre de la persona que intentaba contactar con él decidió no contestar, ni entonces ni después. Ya estaba resuelto a marcharse y aquella mujer iba a interferir con todo, estaba seguro. Siempre le había parecido una marimandona, y aunque reconocía su competencia y conocimientos, tenerla como superior le chirriaba. A saber con qué le saldría, cualquier simpleza referente a los sucesos de la Mare Undarum, algo que deseaba olvidar de una vez. Bastante tenía con soportar el tema en sus pesadillas. Mientras iba sintiendo cada vez más y más animosidad hacia su antigua superior, contestaron de las oficinas.
-Soy el doctor Gantomor, deseo tramitar un permiso de salida y viaje para mí y para mi familia. Mi esposa Ochirbatyn es profesora ayudante en el departamento de física aplicada. Sí, gracias, espero.
Mientras aguardaba, iba tarareando un himno marcial que le había enseñado su abuelo y que hacía cuarenta años que tenía olvidado.
(Continuará)
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