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Una falda tubo y unos tacones altos pueden llegar a ser muy incómodos |
Capítulo VIII. Bouchard
Elaine dio su nombre al encargado de la entrada; después, manipuló con mano temblorosa la confirmación de cita que Radha le había enviado, integrada en su pase, situándola torpemente sobre el visor del autorecep. Un sistema ya muy pasado de moda. Aunque el largo vuelo, dilatado por las interminables escalas, la había distraído bastante, no se podía sustraer a una sensación de terror. Un terror totalmente irracional, absurdo, que flotaba como un oscuro mar por debajo de su mente y dejaba rastros de negra incertidumbre con cada embate de sus olas. El autorecep autorizó su entrada y el empleado le dijo que podía pasar.
A ella le pareció que la miraba con cierta curiosidad, y pensó inquieta que quizá se había vestido demasiado a la europea, con aquel traje tan formal, reliquia de tiempos pasados, que se llevaba todavía en algunas ceremonias o actos públicos. Desde luego, no era lo más apropiado para el clima de Delhi, y estaba molesta. ¿En qué estaría pensando cuando se arregló para la entrevista? Precisamente llevaba en la maleta un par de salwar kameez muy cómodos que Radha le había regalado. En fin, paciencia. Se cambiaría después.
-Siga el pasillo de la derecha adelante, atraviese la sala V de conferencias y al fondo verá varias puertas que dan a despachos. El doctor Bouchard la espera en la de la izquierda, verá que hay luz. Puede dejar aquí su bolsa de viaje y recogerla cuando salga.
El hiplan sonaba extraño pero se entendía claramente. Elaine miró vacilante el desolado pasillo. Todo estaba muy oscuro. Por lo visto allí no habían llegado los sistemas de guía automática y, además, como aún faltaban dos días para el inicio de la convención, y apenas se habían presentado unos cuantos participantes, habían decidido ahorrar energía permitiendo que las tinieblas se extendieran por todas partes en el destartalado edificio.
- ¿Se ve bien para atravesar la sala? ¿No tropezaré con algún escalón?
En realidad, una confusa imagen de “algo” saltando desde la negrura se insinuó y desapareció del nivel de percepción. Era evidente que estaba inquieta, por lo que el recepcionista suspiró y guardó el terminal de juegos en un cajón que cerró con llave magnética. Con aquellos tacones tan altos y aquella falda estrecha no era ninguna tontería sufrir por un escalón disimulado.
-Ya la acompaño.
Agradecida, Elaine caminó tras él lo más rápidamente que pudo, siendo apenas consciente de salas vacías, pasos resonantes y portazos lejanos hasta que su guía la dejó ante un panel iluminado con una luz muy tenue. El cartel serio y sin ornamentos indicaba en caracteres hiplan que se encontraba ante un “Despacho de entrevistas”.
Inspiró profundamente, se arregló los volantes de la blusa, se estiró la falda de tubo y presionó un llamador apenas visible. La puerta se abrió con un leve chasquido, la mujer parpadeó y entró con un nudo en el estómago. Sin embargo, pronto vio que no había para tanto. Detrás de una mesa de superficie bastante ajada estaba sentado un hombre joven, más o menos en la treintena. Era desgarbado, de cara afable y feúcha, con el espeso pelo rojo revuelto y unos ojos inquisitivos y cordiales a la vez. Apoyaba la cara en la mano derecha y la izquierda descansaba sobre un cuaderno electrónico de registros. Para confusión de Elaine, aquellos ojos parecieron mirarla con algo parecido al reconocimiento, como si la esperara a ella en persona. Ella, por su parte, estaba convencida de que no le había visto jamás. Cuando el desconocido habló, el sonido de su voz la tranquilizó con su timbre amable y aquellas palabras anodinas y vulgares. Apenas si se dio cuenta de que le había hablado en francés.
-Pase, doctora Marchand. Me alegro de conocerla. Soy Roger Bouchard.
El hombre se levantó y le alargó la mano derecha por encima de la mesa. Elaine la tomó sin dejar de mirarle fijamente. Había algo en su fisonomía que le llamaba poderosamente la atención. Bouchard no era en absoluto como ella había pensado: ni estirado, ni imponente. Era muy alto, bastante más que ella, aunque su estatura no intimidaba ni tampoco hacía de él una figura elegante. Por el contrario, lo que veía era un tipo larguirucho y que parecía físicamente torpón. Pero también apreció con total claridad una potencia mental innegable. Parecía emanar de su rostro, su mirada, su voz. Elaine no dudó ni por un segundo de que Roger Bouchard dominaría con facilidad cualquier situación en que se encontrara.
Notó su propia voz apagada al contestar:
-Mucho gusto, doctor Bouchard.
-Si le parece bien, podemos prescindir de tanto formalismo. Llámeme Roger, por favor.
-Claro Roger, mi nombre es Elaine.
-Perfecto. Bien, usted es la primera persona con la que quería hablar. No sé cuáles serán sus costumbres en este aspecto pero prefiero ir al grano y tratar el tema que nos ha traído aquí. Yo he revisado su currículum y antecedentes y supongo que usted ha hecho lo mismo con los míos ¿verdad?
Roger la miraba con gran atención y Elaine se sintió aún más desconcertada ante esa forma tan directa de empezar. En realidad, no había comprobado ningún dato de Bouchard, se limitó a aceptar lo que Radha le dijo. Y la inquietó que él supiera tanto de ella.
-Lo siento, Roger, no acabo de entender qué hago aquí. Mi antigua responsable de misión, la doctora Chatterjee, prácticamente me ha obligado a venir, pero ni sé a qué, ni por qué ella no está en esta reunión. Sinceramente, no sé qué es lo que se espera de mí. Y esto me desagrada profundamente.
-Pues dejémonos de prolegómenos. Elaine, usted visitó Titán a bordo de la Mare Undarum hace diecisiete años y vamos a hablar de aquella visita.
-¡No es cierto! -Elaine casi saltó de su asiento- La nave jamás llegó a descender ni a posarse en Titán, permaneció en la órbita constantemente.
-En absoluto. La nave descendió y se posó en Titán a los 266 días de su salida de la Tierra y permaneció allí durante 186 horas…
-Está usted loco -Elaine empezó a hiperventilar y se sentía tan furiosa que las palabras se le atragantaban-. Si lo que pretende es conseguir alguna falsa confesión guárdese sus tretas ridículas.
Bouchard no demostró ningún sobresalto o preocupación.
-… dentro de una base subterránea krakta. Allí contactaron con el jefe de grupo Koroj, fueron estudiados por él y sus dos compañeros y después volvieron a la órbita y a la Tierra. Ahora tranquilícese porque nadie va a decir nada a la TSA, esto queda entre usted y yo y pronto verá la razón de esta entrevista.
-¿De qué está hablando? ¿Qué base, qué subterráneo, qué…? ¿Quién? ¿Koroj? -Elaine enmudeció de pronto. Algo resonaba en su cerebro, algo no era del todo desconocido…
-Lamento haber sido tan brusco pero su perfil psicológico es de reacciones muy lentas y prudentes y no tengo tiempo que perder. Sé que su memoria está alterada pero la recuperaremos con rapidez si usted se tranquiliza y confía en mí. No quiero denunciarla, ni estropear su carrera ni publicar su foto en un medio de comunicación. Pero es muy importante que me escuche y me comprenda.
Bouchard esperó un momento para comprobar que ella lo había entendido todo. Cuando vio que estaba más serena siguió hablando.
-Como verá, todavía estamos solos. En un rato llegarán varios de sus compañeros, pero antes quería contactar con usted. Su disposición mental es la más apropiada para hacer de enlace; lo fue en Titán entonces y lo será ahora. ¿De acuerdo?
Elaine miró fijamente a Bouchard, después suspiró y se miró las manos, dejándolas descansar en su regazo. Sin darse apenas cuenta, fue pausando su respiración dejando que fuera la nariz la encargada de gestionar la entrada y salida de aire. Poco a poco, una suave somnolencia la inundó y se sintió tranquila.
-Usted recuerda lentamente -la voz de Bouchard le llegaba a oleadas y cada una era más agradable, más protectora, que la anterior-. Su memoria se activa. Aquí, en este despacho, recuerda…
Y Elaine, de forma fácil y clara, recordó.
(Continuará)
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