divendres, 30 de juliol del 2010

Memorias de un oso

Avui us explicaré una història que no tracta de cap ésser viu. Em van demanar un relat sobre un objecte qualsevol, com per exemple, alguna cosa que tingués a l’escriptori. No hi havia res que em donés cap idea fins que vaig veure al protagonista d’aquest conte, assentat tranquil•lament al costat d’uns arxivadors i delerós d’explicar-me la seva vida. Suposo que pensareu que m’ho acabo d’inventar tot, però, de veritat us dic, que jo no ho tinc pas gaire clar. No és que el concepte de la vida interior dels objectes sigui gaire original. En realitat crec que hi vaig pensar quan vaig recordar un personatge citat per Luciano De Crescenzo al seu divertit llibre "Historia de la Filosofía Griega". Es tractava d'un home napolità que es deia Peppino Russo. El senyor Russo creia en l’ànima dels objectes; la definia com una mena de pàtina que de mica en mica va transformant aquell ésser inanimat i li dóna una vida misteriosa, que ens parla a través de les emocions. En el llibre, ell explicava com arran de la mort del seu pare, després de no trobar cap mena de sentiment en la contemplació del seu cadàver, va quedar desfet quan va recollir els petits estris que havia fet servir en vida: unes ulleres, una ploma estilogràfica, la vella cadira de braços. Per a Russo, l’ànima, essència o personalitat (digueu-li com vulgueu) del seu pare, estava amagada allà, no a les despulles que van colgar i ni tan sols a un cel distant i problemàtic. És un fenomen que moltes persones hem experimentat després de la marxa d’un familiar molt estimat: que les seves coses ens porten records intensíssims que ens poden colpir fins al punt de plorar amargament davant d’un mocador de cap mentre que durant la vetlla i l’enterrament no hem deixat anar ni una llàgrima. Que això passi o no per causa de la vida privada de les coses ja és un tema molt diferent, però si més no, ha donat prou suc per escriure aquest conte.



Su vida empezó en el taller de peluches de Paco. En realidad, no nació todo entero como los ositos de verdad, que ya se traen consigo todo su equipaje genético completo y se han de limitar a crecer. En su caso, fue algo más complicado. De la fábrica de fibras sintéticas vino el miraguano que le dio cuerpo; de la de hilaturas, su piel marrón oscura de poliéster de aspecto lanoso, ya cortada según el patrón. La factoría de complementos para juguetes envió la caja de ojos de duro celuloide de la que salieron los suyos. Una empleada del taller lo montó, le hizo un hilván y lo rellenó y otra lo cosió con la overlock. Todo el proceso duró exactamente seis minutos y veinte segundos, diez segundos más de los que marcaba el protocolo de trabajo. Paco se despachó a gusto con aquel par de tortugas y el siguiente oso estuvo a punto en seis minutos y nueve segundos, con gran contento de todos los implicados y una cierta envidia de nuestro amiguito, que hubiera querido ser el campeón de velocidad y no lo consiguió.

Un empleado del almacén lo apretujó con catorce de sus hermanos en una caja de cartón y todos juntos hicieron un traqueteante viaje hasta el establecimiento de Anita, donde quedó guardado en la trastienda mientras uno de sus compañeros, que tenía los dos ojos cosidos un milímetro más arriba que él, era colocado en una estantería junto a una oveja de lana blanca que se asustó mucho de ver en qué compañía tan inquietante la habían dejado. Un poco más y se pone a balar de miedo.

El modelo tuvo tanto éxito que nuestro osito salió pronto a la venta. Lo envolvieron con un papel amarillo estampado de flores azules y en el paquete pusieron un lazo escarlata casi tan grande como él y una etiqueta autoadhesiva que rezaba: “Espero que te guste”.

Así llegó a casa de Puri, que abrió unos ojos como platos cuando desenvolvió su regalo y encontró aquel oso regordete de morrito encantador, con unos ojos redondos e inocentes que parecían decirle “mímame mucho”. Puri le puso de nombre Sindo y se dedicó a explicar a todo el que quiso escucharla que en realidad el oso le había dicho que se llamaba Gumersindo, pero que como era demasiado largo, en Sindo se había quedado.

El muñeco se pasó una buena temporada haciendo de rey de la habitación, sentado en el centro de la camita de Puri, donde hacía juego con la colcha. Pero al cabo de un tiempo fue relegado al estante de los libros con la idea de que se dedicara día y noche a sujetarlos para que no se cayeran. El pobre bicho no tenía tanta fuerza como todo eso -después de todo era un peluche blandito -, así que los libros iban a parar al suelo una porción de veces al día. Puri se cansó y lo relegó al armario de los juguetes pasados de moda.

De allí lo rescató el pequeño Alex, un bebé primo de Puri que fue un día de visita, y que dado que su madre estaba fuera de casa y se veía obligada a guardar la compostura, aprovechó para coger una barraquera monumental. Cuando le enseñaron el oso mientras le hacían toda clase de cucamonas se calmó en el acto, lo abrazó, y ya no se despegó de él hasta que se echó novia, en el instituto. La chica quedó encantada con el muñeco y se lo llevó como prenda de eterno amor. Al cabo de una semana, después de discutir con Alex hasta quedarse ronca por si la mochila se lleva así o asá, le tiró el oso por la cabeza y el chico se disgustó tanto que mientras lo llevaba a casa cogido por una pata, en un arranque de furia lo tiró al primer contenedor de basura que encontró por el camino. Media hora después volvió a buscarlo mientras derramaba ardientes lágrimas, pero había hecho tarde: Sindo había salido para siempre de su vida.

Pero, ¿adónde había ido? Los ositos de peluche no se mueven solos. Lo que había pasado es que, apenas cinco minutos después de aterrizar en el contenedor, al oso le echó la vista encima Milagros, una mujer que empujaba un carrito y pasaba el día abriendo las tapas de los basureros para ver qué de bueno podía encontrar. Aquellos ojitos zalameros le hicieron gracia y sentó inmediatamente al peluche en lo alto de su cosecha de cartones y desperdicios del día. Allí iba Sindo como un rajá sobre su elefante, más orgulloso que nunca. Pupi, el chucho que compartía la vida de Milagros, le cogió celos, y un día consiguió clavarle los dientes y hacerle un agujerito. Aunque pronto fue rescatado, por el orificio se iba desmigando el miraguano grumo a grumo. Después de aquella primavera revuelta y ventosa que les llenó las narices de polvo y los cartones mojados de hongos, llegó el verano con su sol implacable, y a Sindo se le quedó la piel descolorida de marrón a canela; después vino el otoño con sus lluvias incesantes que lo remojaron y desencajaron de tal manera, que entre ellas y el agujero, del relleno original quedó más o menos la mitad; y finalmente apareció el invierno y con él un frío atroz. La buena mujer fue una noche a refugiarse a un dormitorio de indigentes y cuando despertó el osito había volado. En vano fue que se dedicara a repartir papirotazos a todos los colegas durmientes y diera dos voces al encargado: nadie sabía que había sido de Sindo.

Pupi se lo podría haber explicado, si hubiera querido, claro. Con más astucia que Yago intrigando contra Otelo había agarrado al oso por una oreja y con mucho sigilo lo había llevado hasta el otro lado de la habitación, donde lo escondió debajo de una cama. Después sólo tuvo que volver junto a Milagros, hacerse el dormido, y poner cara de inocente durante el interrogatorio mientras movía el rabo como si todo aquello no fuera con él.

Pepita, la mujer que de cuando en cuando pasaba el mocho, lo encontró allí, y la expresión lastimera del peluche la conquistó. Lo llevó a casa, lo lavó, le puso más relleno, lo cosió y se lo regaló a su amiga Dora por su cumpleaños. Buen dinerito que se ahorró con el tal regalo. Dora no sabía que hacer con aquel trasto y lo metió en el altillo, donde Sindo quedó olvidado una buena temporada, acumulando polvo y telarañas y cultivando una forzada amistad con una familia de cucarachas. Con la crisis del sector, Dora perdió el puesto que tenía en una fábrica de componentes de automóvil, agotó el subsidio de desempleo y se quedó con una mano atrás y otra delante. Sólo encontraba trabajillos miserablemente pagados y como no tenía familia y empezó a atrasarse con el alquiler no le quedó otro remedio que dejar el piso y buscarse una pensión. Allí tuvo que compartir la habitación con una pobre prostituta - aún más maltratada por la vida que ella -, que hacía la calle bajo los soportales del mercado central. Cuando el nuevo inquilino de su antiguo piso se dedicó a abrir todas las puertas y a vaciar todos los cajones, encontró al oso hecho un guiñapo bajo una tonelada de detritos. Muerto de asco lo cogió con unas pinzas largas -no fuera a contagiarse de la lepra -, y con muchos aspavientos lo metió en una bolsa gigante de plástico que le habían dado en un conocido centro comercial; lo acompañó de un montón de papelotes sucios, un libro descuajaringado, un par de tazas desportilladas y un flexo sin bombilla, y como era un sucio y un descuidado lo dejó en el suelo al lado del contenedor porque le daba pereza subir la tapa.

Sindo sacaba una oreja, un trozo de pata y un ojo fuera de la bolsa y así fue como Toni lo vio: pidiendo auxilio mientras se ahogaba en un mar de porquería. El niño lo rescató y lo entró en su habitación de escondidas de su madre, que buena bronca le habría echado si hubiera visto a su hijo confraternizando con aquel desecho polvoriento. La mamá de Toni tenía el puntillo de que en su casa no había entrado jamás ni una mota de suciedad. El chiquillo consiguió llevar al peluche disimuladamente hasta el baño, bien escondido debajo del jersey, y mientras se duchaba aprovechó para remojarlo con agua tan caliente, para matarle los microbios, que el osito casi se escalda. Después le pasó el secador de pelo, lo cepilló, y lo dejó hecho un primor. Con la cinta roja de la pastelería que ataba el envoltorio del tortel del domingo le hizo una corbata y unos galones que le cosió con cuatro puntadas desiguales; le frotó los ojos con un trapo empapado en limpia cristales hasta que brillaron como estrellas y acto seguido vino a llamar a mi puerta exudando orgullo por todos sus poros:

- Mira, Isabel, mira que peluche tan chulo he encontrado en la calle.

- Sí que es bonito, sí, aunque parece ya algo viejito. ¿Para qué lo quieres? Eres muy mayor para jugar con ositos, ¿no?

- Es que estoy haciendo un ejército de muñecos. Como tengo pocos soldados del War Boys voy reclutando todos los que encuentro. A Mari Pili le he secuestrado dos Barbies, a Santi el tentetieso y a mi madre aquel Pierrot tan horroroso de la lágrima. Están todos escondidos en mi habitación y ahora que ha llegado el General Oso, ya puedo empezar la batalla. ¿Qué te parece?

- Me parece, Toni, que tendrías que devolver a todos los pobres rehenes, que a nadie le gusta que le metan a la fuerza en una guerra que ni le va ni le viene. Confórmate con tus War Boys y deja tranquilo al oso, que diría yo que ya no está para tantos trotes.

El pequeño puso cara de duda pero mis razones le habían llegado al corazón. No hay como ser el confidente de un niño. Miró y remiró al peluche y finalmente me dijo:

- Si lo ve mamá por casa me reñirá. Pero me da pena volverlo a tirar. Mira que carita, pobre. ¿Tú te lo quedarías?

- Claro – sonreí -, lo podemos poner aquí, en mi escritorio, así me hace compañía mientras le doy al teclado. Y puedes venir a visitarlo siempre que quieras, ¿qué tal?

Toni estuvo totalmente de acuerdo. Desde entonces Sindo observa atentamente mi trabajo y me ha dado unas cuantas buenas ideas. Para empezar, me explicó su historia tal y como la he transcrito aquí. Supongo que todo es más o menos cierto, aunque tengo mis dudas respecto al arrepentimiento de Alex y el destino de Dora, sobre todo de esto último. Es imposible que el oso sepa lo de la pensión, pues él se quedó en el piso. Mucho me temo que es su venganza por el desprecio con que Dora lo trató. Quizá si hubiera sido más cariñosa con él, este relato sería diferente. A lo mejor ahora yo podría explicar que la mujer se casó con un millonario y está navegando por el Caribe.

dimecres, 28 de juliol del 2010

Per a tots vosaltres, amics de parla castellana



Estimats Iris, Liliana i Xethamenos, (i demano perdó si me'n deixo algun):

Ni en els meus somnis més esbojarrats hauria jo somniat que una persona com tu, Liliana, que viu a Colòmbia i que no ha tingut mai cap oportunitat de tenir contacte amb el català, ni parlat ni escrit, pogués interessar-se pel meu modest bloc.

Els seguidors (i ex-companys de fatigues) Iris i Xethamenos també sou de parla castellana, però almenys sou espanyols, i per allò que diem els catalans de que "les confiances fan fàstic", mai no havia pensat en facilitar-vos la vida posant un traductor automàtic.

Però la teva idea, Liliana, m'ha semblat bona. Ja que sou tots tan amables de llegir-me, endavant amb el traductor! Els meus escrits us sonaran una mica estranys, però qualsevol dubte me'l podeu consultar sense problemes.

Trobareu el botó ben visible a dalt de tot de la columna d'informacions del bloc. Triga una miqueta però funciona molt bé.

Espero que l'aprofiteu i que en gaudiu molt!

PD

Tenia intenció de traduir-vos aquest post, però, que carai! que treballi el traductor, no?

dimarts, 27 de juliol del 2010

La mirada tendra

Fa uns dies navegava per Internet i buscava pàgines amb temes de pintura. Vaig a anar a parar a una web on es tractava de la lletgesa en l’art i després de llegir que “la lletgesa ha estat utilitzada com a recurs expressiu per alguns pintors” (i fins aquí i prou arribava el comentari), vaig trobar barrejat entre una bona pila d’imatges diverses, la majoria de les quals eren grotesques o desagradables, el quadre que il•lustra aquest post i que jo, personalment, no trobo pas lleig.

Que és la lletgesa? Segons el diccionari es tracta de la qualitat d’allò que té un aspecte desagradable, mancat de bellesa, o bé moralment ofensiu o repulsiu.

Aquesta obra del pintor renaixentista florentí Domenico Curradi, més famós pel seu motiu de “Ghirlandaio”, és coneguda com Retrat d’un vell amb el seu nét (Vecchio e nipote, c.1490). Es tracta d’un tipus de quadre no gens corrent, un retrat superb, d’un realisme inusual per a la seva època, en què els retrats normalment eren aduladors. Està considerada una obra mestra de la pintura.

Trobeu que la mirada que es creua entre avi i nét és lletja?

El fet que l’home pateixi una afecció cutània deformadora, fa disminuir l’amor que es professen l’un a l’altre? Per cert, el que té és un rinofima, complicació de la malaltia de la pell coneguda com rosàcia i que jo mateixa pateixo, tot i que no d'aquesta manera tan greu, per sort. Potser això em fa ser més sensible a la qualificació de "lleig".

Trobeu aquesta pintura desagradable, mancada de bellesa, ofensiva o repulsiva?

Titllar de “lleig” aquest quadre, que considero bellíssim (i no sóc pas l’única) és no saber distingir entre el retrat d’una persona d’aparença deforme i una altra cosa ben diferent com són els temes desagradables o abjectes.

És evident que més d’un s’hauria de replantejar què s’entén per “lleig”. Una mirada tendra pot crear una escena “lletja”?

“...Si s’examinen els sinònims de "bell" i "lleig", veurem que es considera bell el que és bonic, graciós, agradable, atractiu, plaent, agraciat, deliciós, fascinant, harmònic, meravellós, delicat, gentil, encantador, magnífic, estupend, excels, excepcional, fabulós, prodigiós, fantàstic, màgic, admirable, valuós, espectacular, esplèndid, sublim, superb, mentre que lleig és tot allò repel•lent, horrorós, fastigós, desagradable, grotesc, abominable, odiós, indecent, immund, brut, obscè, repugnant, espantós, abjecte, monstruós, horrible, hòrrid, horripilant, brut, terrible, terrorífic, tremend, angoixant, repulsiu, execrable, penós, nauseabund, fètid, innoble, aterridor, desgraciat, lamentable, enutjós, indecent, deformat, disforme, desfigurat (per no parlar de com l’horror pot aparèixer també en els terrenys d’allò que es considera fabulós, fantàstic, màgic i sublim, termes assignats tradicionalment al camp de la bellesa).”

Eco, U. Historia de la fealdad (Storia della brutezza, 2007) – Introducció (fragment)


I ara podem tornar a mirar el quadre i decidir sobre la seva bellesa o la seva lletjor. Actualment es troba al Museu del Louvre, a Paris.

dimecres, 21 de juliol del 2010

Esquitxos des del cel

De totes les maneres de viatjar que podem utilitzar, volar és sens dubte la més ràpida (amb permís dels controladors i els volcans) però també la més allunyada d’una progressió natural del viatge. El tren, l’autocar o el vaixell ens porten a velocitats més properes a la nostra percepció del temps i l’espai. Només cal que recordem que cap dels herois de les novel•les clàssiques d’aventures, des de Phileas Fogg a Robinson Crusoe, passant per Gulliver, no ha patit mai de jet lag!

L’avió et du d’una banda a l’altra del planeta sense deixar-te temps per assimilar la distància ni física ni mental que hi ha entre el teu punt d’origen i el de destinació. Això no vol dir pas que no sigui útil per a trajectes molt llargs que d’una altra manera no serien practicables amb les nostres curtes vacances, però per a distàncies mitges, no trobeu més evocador un tren o un vaixell?

Amb tot això que estic dient pensareu que no m’agrada volar. Volar sí m’agrada, el que detesto és la cua feta a empentes, el pas de controls, les dues hores (amb sort) d’espera a l’aeroport abans no es pot embarcar, els retards que et fan perdre enllaços, el xivarri, les botigues duty free, els overbookings, les maletes que tu has enviat a Frankfurt i apareixen a Hong Kong...

Però guardo com petits tresors records fantàstics d’alguns vols. Aquí els teniu, esquitxos minúsculs que només han estat possibles gràcies a una tecnologia que ha permès que l’home, ni que sigui pujat a una màquina bastant lletjota (i contaminant), sigui capaç de volar.

Un esquitx de neu

Començaments de desembre, vol de tarda cap a París. L’avió sobrevola els Pirineus, curulls de neu. El sol ponent tenyeix els cims d’un vermell daurat i per un moment, la serralada s’encén sota els teus peus com si el gran foc que hi va calar el malvat Gerió de la llegenda tornés a cremar de banda a banda de l’horitzó. Són uns instants, només, i de seguida una ombra blavosa apaga els tons meravellosos que un prodigi de la neu i dels oblics raigs solars han fet arribar fins a les teves pupil•les.

Esquitx de la nit

Vol nocturn de tres hores sobre la costa. El mar és totalment negre; no hi ha lluna i per tant no són visibles les crestes de les llargues onades que van a morir a les platges i els penya-segats. Al llarg de la línia costera s’atapeeixen i pampalluguegen milers de punts de colors. En canvi, terra endins, quatre llumets escadussers ens diuen que l’interior està amb prou feines poblat. Sembla com si, dempeus en una botiga de robes de festa, miréssim un preciós mantó de vellut fosquíssim, guarnit d’espessos brodats per tota la vora i amb només uns pocs lluentons repartits per la resta del ric i sever teixit.

Els núvols ens esquitxen

Ple migdia, el sol està en la nostra vertical i el temps és seré. Per sobre els nostres caps no hi ha ni una petita volva d’humitat. Però sota l’avió s’estén un inacabable mar de núvols, blancs i brillants. Avui no semblen flocs de cotó ni boires esfilagarsades. Formen un terra compacte, llis, amb pendents, planures, esvorancs i pujols. El que voldries és saltar sobre aquesta superfície reflectant com un mirall, i lliscar-hi com en una pista de gel o d’esquí. El fenomen arriba fins allà on es perd la vista, i et fas la il•lusió que estàs passant per sobre d’una terra incògnita, invisible per als pobres habitants d'un planeta esclavitzat per la força de la gravetat; un continent penjat, que sura a l’atmosfera com si es tractés d’una Antàrtida de somni. De cop, l’aparell es llença en picat, travessa una substància impalpable, grisa, i el país màgic desapareix per donar pas a un món enfosquit i ventós, on els arbres es vinclen emportats per l’oratge i una pluja persistent, espessa, cau d’aquell mateix cel fins ara tan clar.

Una illa, un esquitx


Un vol charter cap a les Illes. Molts dels passatgers són primerencs en això de volar i alguns estan bastant espantats per les sacsejades del petit aparell. El dia és magnífic i el mar llueix un blau intens ratllat de blanc. Però la gent està atabalada, més pendent que el suc de taronja no els vessi i de si podran arribar fins al lavabo sense caure que no pas de fruir de la nova experiència. Estem arribant i, sobtadament, el panorama canvia. Allà on normalment hi ha el cel apareix el nostre destí, una illa petita, amb cales fondes, boscos espessos i una línia prima de platges groguenques. L’aigua és tan clara que es veu perfectament com la sorra, tenyida d’un reflex verdós, s’eixampla sota les onades, avui tan calmes, i posa una orla daurada a la joia maragda que penja sobre els nostres caps. La visió és tan enlluernadora, tan sorprenent, que, enmig de les exclamacions de sorpresa i els crits d’alegria, només unes quantes persones ens adonem de la raó del prodigi: estem volant de cap per avall. I uns somriures còmplices acaben de fer encara més feliç la visió colpidora d’aquell tros de terra fascinant, ara convertit en un sostre fabulós.


I un cop evocats els records, ja només queda que donar les gràcies per haver tingut el privilegi d’haver gaudit d’aquests petits miracles, només visibles des del cel.

dissabte, 17 de juliol del 2010

Lem. La ficció, un camí per fer arribar la pròpia veritat


No us rigueu de mi, però m’encanta la ciència ficció. Ara bé, no tota. Diguem que és un tipus de literatura que, en mans d’algú que realment tingui alguna cosa a dir, es converteix en una eina poderosa de reflexió i d’aprenentatge.

Ciència ficció de la bona és Arthur C. Clarke i 2.001, una odissea de l’espai; un conte magnífic i, per obra i gràcia del mestre Kubrick, una de les pel•lícules que m’han marcat de manera més fonda. Qui podrà oblidar la cara de Keir Dullea, quan, totalment sol al Discovery, s’enfronta a un repte inimaginable.

Ciència ficció de la bona és Isaac Asimov a Fundació.

Ciència ficció de la bona són Wells, Huxley, Capek, Bradbury, Dick, Herbert.

Del primer a l’últim han utilitzat la ciència ficció, en l’aspecte de la visió del futur o d’altres mons, a fi de parlar del nostre món actual sota la disfressa de la trama literària més o menys enginyosa; per tractar dels nostres problemes i de les possibles solucions; d’allò que es podria esdevenir, d’allò que potser s’esdevindrà, i fins i tot per mostrar-nos amb tota cruesa allò que, per bo que sigui, de cap manera no podrà passar.

Però hi ha una altra forma d’escriure ciència ficció, i que és hereva directa de la il•lustre tradició de Jonathan Swift. Es tracta de fer servir la ironia i el sarcasme per fer palesos els defectes de la nostra societat; per posar-nos cara a cara amb creences obsoletes, absurdes, rutinàries. Amb governs arbitraris. Amb ideologies i fanatismes encegadors.

És l’estil d’ Stanislaw Lem.

Escriptor polonès, de família catòlica d’ascendència jueva, estudiant de psicologia interessat en els problemes de comunicació, expert en cibernètica, i abans que res, superb escriptor i filòsof militant. He estat lectora admirada de molts dels seus contes i de la seva famosíssima novel•la Solaris (1961). Trobareu les referències de la seva obra en castellà a l'enllaç a la wiki que us he deixat més amunt.

Per a Lem, els seus contes de ciència ficció eren la manera més fàcil de fer arribar als altres les seves idees de forma més planera que no en obres científiques o filosòfiques. La seva crítica de la religió catòlica va ser realment despietada. Lem podia ser molt divertit, com ho demostren els relats d’Ijon Tichy, el seu absurd heroi astronauta. Però en aquests contes, disfressats d’històries humorístiques, Lem ens va despullar els seus pensaments més íntims sobre el que per a ell significaven Déu, la immortalitat, l’ànima o el destí de l’home.

A Solaris ja no trobem rastres d’humorisme. El que sí hi ha és una història intrigant i alhora commovedora, on es toquen tot de ressorts de la ment, i no els més agradables: l’inconscient, la por, l’odi, la intolerància, i sobre tot, la total impossibilitat de la intel•ligència humana per establir contacte amb altres éssers vius. No, Lem no era optimista, però llegir la seva obra és imprescindible.

Només us adverteixo que per a gaudir de Solaris no us fieu de cap de les dues versions cinematogràfiques. Segons el mateix Lem, la primera (russa) estava més basada en Crim i càstig que no en la novel•la original, i de la segona (nord-americana) va dir que no entenia d’on havia sortit aquell tema de la vida eròtica en l’espai, ja que ell no ho havia escrit.

Deixeu les pel·lícules i si podeu, llegiu-la. S’ha dit d’Stanislaw Lem, i segurament és veritat, que es tracta d’un dels escriptors més lúcids del segle XX.

divendres, 9 de juliol del 2010

La mirada trapella

Dintre del món dels retrats m’han cridat sempre l’atenció els que representen nens. Molts cops els nens han figurat als quadres com a simples afegitons, o perquè al quadre hi surten els seus pares, o perquè són fills d’algú important, o per il•lustrar algun concepte determinat o simbolitzar quelcom: Cupidos, amorets, angelets i d’altres. Quina és la raó? Molt senzilla: es dificilíssim retratar infants, i que semblin realment infants. S’ha de ser un pintor de primera categoria, més ben dit: un bon dibuixant, i penseu que durant segles, aquestes mestres de la pintura solien estar treballant o per a l’Església o per a les diverses corts. Apart dels omnipresents retrats de la marededéu i el nen, pocs retrats autèntics de nens veurem fins que no arribin èpoques ja més properes a la nostra, especialment a partir del segle XIX.

Hi ha excepcions, és clar, com en tot. Mireu els meravellosos retrats que Velázquez va fer dels nens de la cort dels Àustries el segle XVII, els de Goya, Reynolds i Gainsborough, al XVIII, o els de Ghirlandaio, al XV! I segur que me’n deixo a centenars, però és que avui us vull parlar d’un cas no tan conegut. I us el presentaré amb dos quadres que trobo fantàstics. Primer mireu els retrats que segueixen i desprès en parlem. (Disculpeu si la resolució no és gaire bona)











 

Totes dues obres van ser pintades per l’artista renaixentista italiana Sofonisba Anguissola (1532-1625). La primera nena es deia Europa i era la seva germana més petita (la mateixa Sofonisba era la més gran de sis noies). L’amor amb que està reproduïda és ben evident. El quadre es diu El joc d’escacs (Partita a scacchi, 1555) i representa les tres germanes més joves de Sofonisba.

La nena de la dreta surt a un altre quadre, un retrat familiar de tres germans: Tres nens amb un gos (Tre bambini con cane, 1570-1590).


Anguissola era una pintora de molt de talent, però en la seva època no estava ben vist que les dames com ella es dediquessin professionalment a pintar. Per la mateixa raó no podien utilitzar models i només els estava permesa la pintura religiosa, el retrat íntim o l’autoretrat. Això que per a una pintora menys dotada hagués estat un desastre va convertir Anguissola, de primer, en la cronista de la seva família i d’ella mateixa (té una interessantíssima col•lecció d’autoretrats, de ben jove a anciana); posteriorment, en professora i pintora de càmera de la cort de Felip II. El rei, la reina, les infantes, van ser retratats magistralment per ella. Però fins ara la majoria de les seves obres havien estat atribuïdes a d’altres pintors. Per què? Perquè tampoc no estava permès que als quadres pintats per una dama hi figurés el seu nom: no podia signar.

Tot i el silenci que després va caure sobre Sofonisba, fins al punt que molts aficionats a la pintura en desconeixen el nom i l’obra, en la seva època va ser prou valorada, fins i tot per artistes i teòrics de l'art de la vàlua de Miquel Àngel, Vasari i Anton Van Dyck.

Aquí teniu els enllaços per gaudir d’aquestes dues obres. Nens pintats amb tendresa, nens que no són figurins, ni símbols, ni els "fills de", nens amb el seu propi valor com a persones, nens del segle XVI dels quals ha quedat immortalitzada la mirada trapella.

El joc d'escacs

Tres nens i un gos

dissabte, 3 de juliol del 2010

La Fageda Encantada

Encara que no ho sembli, aquest és un conte indi tradicional. Però m'he divertit molt donant-li un aire, diguem-li, diferent. I traslladant-lo a un indret geogràficament més proper a nosaltres.

Els protagonistes d'aquest conte són:

un faig: Fagus sylvatica

un esquirol: Sciurus vulgaris

un home: Homo sapiens

I aprofito per dedicar aquest conte a tots els amants de la natura, tal com ella és.





Fa molts i molts anys, tants que aquest pobre narrador no té prou dits a mans i peus per a comptar-los, hi havia un esquirol. Un esquirolet viu, llest, molt jovenet, que tot just acabava de deixar la mare i els germans i havia començat a buscar-se la vida tot sol. No sé si els esquirols tenen nom, però sí sé que aquest es deia Pum. Amb moviments ràpids i salts acuradíssims es movia de branca en branca, d’arbre en arbre, mentre recollia i rosegava pinyes, avellanes, nous, aglans, petits brots, i fins i tot, si en trobava, ous, invertebrats i líquens, ja que el Pum era de bona boca i millor gana. Gastava molta energia i s’havia d’alimentar bé. No tenia manies quan als llocs ni al temps. Si feia bo, jugava i botava com una pilota peluda i vermellosa; tafaner com era, el seu morret es movia incessantment, nerviós, mentre ensumava tot el que es trobava, fossin aranyes, formigues, fulles estranyes, flors oloroses, cucs o erugues. Si plovia, sempre se les apanyava per esmunyir-se dintre un bon cau sec, refugiar-se i descansar de la seva vida atrafegada. Sense fer gaire esment, devia de ser bastant feliç, tot i que ja ho esbrinarem desprès, això.

En el seu vagareig sense cap direcció precisa, el Pum va arribar a un bosc molt i molt estrany. No era un pinar, ni una roureda. No es trobaven allà les alzines ni la màquia ni els petits fruiters com l’ametller o el cirerer d’arbost. Els arbres eren alts i esvelts i hi vivien tots sols, sense cap altra espècie vegetal que els disputés la terra, l’aigua ni el sol. El Pum no ho sabia, però es tractava d’una fageda, una arbreda immensa que semblava un escenari de conte de fades. El degà dels faigs era una mola vegetal, plantada enmig de la boscúria, que estenia les seves branques com un sostre viu, a la manera d’un pilar catedralici que sustenta els nervis de la seva volta. El Pum s’hi va refugiar, ja que l’arbre era acollidor i ell estava molt cansat; es va agombolar un niuet còmode, i ben embolicat amb la seva cua es va adormir com un angelet del cel dels esquirols.

Mentrestant, un altre mamífer feia cap a la fageda. Venia d’un país més o menys proper; es tractava d’un senyor que es deia Brain Noús, i que era intel•ligentíssim. O almenys això pensaven i deien tots, començant per ell mateix.

En Brain tenia una ment lògica i ben entrenada per a no perdre’s enmig dels sil•logismes més complexos, per moltes premisses particulars i negatives que lluïssin. La seva capacitat de raonament excel•lia amb escreix la d’un conegut filòsof que amb prou feines si havia arribat a demostrar racionalment la seva pròpia existència. Gaudia a més d’una memòria d’elefant bon menjador de cues de pansa i havia cultivat les més excelses ciències, tant les experimentals com les especulatives. Ningú no li passava la mà per la cara resolent arrels cúbiques sense l’ajut de logaritmes i aplicava alegrement els transfinits de Cantor amb un aleph al quadrat sense ni tan sols despentinar-se. Es divertia calculant esforços i deformacions estructurals de qualsevol pont que trobés al seu camí; la mecànica de fluids no tenia cap secret per a ell, ni la química orgànica, ni la inorgànica, ni la física quàntica... En resum, i per a no allargar-nos massa: era un setciències, un pitagorín, i, com que mai no havia trobat ningú que se li podés comparar, es malfiava de qualsevol cosa que ell mateix no hagués vist, mesurat, calculat i certificat. Quelcom semblant a aquell personatge de teatre que li deien “el condemnat per desconfiat”, com si diguéssim. Si era o no feliç, no en tinc ni idea. Vosaltres mateixos, ja ho decidireu quan sentiu cóm segueix aquesta història.

El senyor Brain Noús va decidir un dia fer un viatge a una contrada llunyana. Evidentment va calcular escrupolosament tot el necessari: horaris, preus, estada, dies, mitjans de transport... res no va ser deixat a l’atzar. Un estudi acurat i curosament contrastat d’unes vint guies turístiques li va donar totes les indicacions necessàries per visitar tot allò digne de veure’s, no deixar-se res, i sobretot aprofitar el viatge fins a l’últim segon sense perdre el temps anant a llocs superflus i no significatius.

Quan va arribar al seu destí va seguir fil per randa tot el programa que s’havia muntat, i així finalment va arribar a una de les atraccions més emblemàtiques d’aquell país. Figurava a totes les guies amb el nom de La Fageda Encantada, i, com ja podeu suposar, no era una altra que aquella en què el Pum havia anat a raure. Era antiquíssima i molt extensa, tant, que ni un home de bon pas podia recórrer tota la seva extensió en un sol dia. Els faigs, alts i esvelts, rectes com les columnes d’un temple, amb la seva escorça platejada i les seves fulles canviants, creaven un entorn misteriós, propici a les divagacions oníriques. Sota el tendal espès, glauc a la primavera, maragda a l’estiu, i de tons meravellosos d’ocre, groc i vermell a la tardor, el temps i l’espai semblaven escapolir-se de les normes del nostre món i fugir cap a una altra dimensió, com si els arbres existissin en aquell “temps del somni” dels aborígens australians: un temps i un espai on qualsevol cosa és possible. D’aquí el nom d’encantat amb què els promotors turístics havien decidit de batejar aquell indret. El que ells no sabien és que l’encantament del bosc venia d’antic, només que no funcionava pas amb tothom. Ni sempre.

El faig principal, aquell on el Pum havia fet el seu niu, era un arbre diví. Un arbre primordial, la saba del qual havia donat vida a la resta dels seus companys. Normalment dormia en el seu tranquil son d’arbre, però en determinades circumstàncies, que incloïen configuracions astrals i planetàries molt especials, el vell faig despertava. I aleshores, obeïa als pensaments de qui estigués prop seu, i li concedia desitjos. I no era pas maniàtic ni melindrós, ni jutjava allò que pensaven o desitjaven aquells que reposaven a la seva ombra. Ell només escodrinyava i concedia. I no feia esment del que passava després, ni de si els seus dons eren ben o mal apreciats, ben o mal utilitzats. Repartia els seus regals amb generositat, i després, quan els estels canviaven les seves posicions, el monumental faig es tornava a adormir, seré i poderós, cau i refugi dels petits habitants del bosc.

I vet aquí, que el Pum va obrir els seus els ullets a un nou dia i primer que res, com a bon esquirol, es va dedicar a netejar-se curosament, per tal que ni una petita brossa, ni pols ni branquillons ni paràsits no li embrutessin el pèl ni li malmetessin la pell. Sí, el Pum sabia cuidar convenientment de la seva salut. I en això que el Brain Noús va arribar a sota el mateix faig monumental on s’empolainava l’animaló. Havia passat la nit en un refugi “amb encant” al llindar del bosc, al qual hi havia anat a parar seguint els consells de la famosa Guia Miquelet. Per si no ho recordàveu, és aquella que calibra les fondes en funció de la forma que donen a les truites a la francesa: si l’angle entre el costat gran i el xic es de 90º, tres estrelles; si només és de 86º a 89º, dues i gràcies; si el costat petit és corb, una estrella i a córrer. Si és esfilagarsat, ja pot ser la millor i més gustosa truita del món: te’n pots anar directe cap a l’infern dels cuiners, perquè no existeixes. El Brain li tenia molta fe, a la Guia Miquelet.

Ja que estava per allà, i que tothom en parlava com una de les dues-centes trenta-cinc meravelles de la regió, va decidir donar-hi una ullada. Va projectar l’excursió amb tota cura. Les informacions generals deien que els camins estaven convenientment marcats amb traces de diferents colors, i tots i cadascun dels trajectes proposats disposaven de la seva previsió de temps estimat, tot plegat ben especificat en el tríptic que regalaven al mateix refugi. Però el senyor Noús es malfiava de les marques, estava ben convençut que aquells que s’hi dediquen, a pintar-les, segurament són parents del Follet Perdedor. "Només heu de veure – pensava – com, en un camí ample, recte i ben fressat, trobareu una claríssima marca cada vint metres, més o menys, just a l’alçada dels ulls, en llocs ben visibles, i una per a cada sentit de la marxa. Però si arribes a una cruïlla de tres o quatre camins, no s’afigura cap marca ni per mal de morir, i t’has d’endinsar per tots ells un centenar de passes abans no trobis un pas barrat pintat amb desgana, o una fletxa desmaiada que no saps ben bé cap a on assenyala. Si el sender és angost, ple de giragonses i desdibuixat pel sotabosc, les marques seran petites i escadusseres, i amb prou feines es podran distingir de les restes d’un insecte aixafat. I a més, no fem broma! En aquest país no fan pas cara de ser gaire metòdics. Més aviat al contrari".

Per postres, hi havia una cosa en què totes les guies estaven d’acord: a la Fageda Encantada de quan en quan hi passaven coses estranyes. Es parlava de que feia una munió d’anys hi havia desaparegut no-sé-qui, i de que a vegades hi apareixia no-sé-què. Amb tots aquests pensaments a la seva clara i perfecta ment, en Brain Noús va preferir armar-se d’un mapa a escala 1:200, una brúixola, un cronòmetre, un altímetre, un walkie talkie connectat directament amb la Policia i la Guàrdia Forestal, una farmaciola, unes racions d’emergència i una manta tèrmica. Així, preparat per a qualsevol contingència, es va endinsar tot sol al bosc i es va disposar a seguir un camí ample de mig metre que en tres quarts d’hora, minut amunt, minut avall, i sempre segons el tríptic, l’havia de portar fins el faig més alt i gros al sud del paral•lel 42 de l’hemisferi nord.

Quan finalment hi va arribar, al cap de tres hores, ja que es parava a cada moment per comprovar que el camí, les marques, el mapa, la brúixola i l’altímetre estaven tots d’acord, el Brain estava cansat i es va ajeure sota aquella ombra tan deliciosa. Rendit com estava, amb la piuladissa dels ocells, la brisa fresqueta i el tou de fullaraca que li feia de matalàs, es va quedar fregit.

I allà s’estaven els dos únics representants de la classe Mammalia, sexe masculí, que es podien trobar a menys de dos quilòmetres a la rodona: un clapant i l’altre espulgant-se, els dos tan tranquils, mentre en el firmament Venus s’acostava a menys d'un segon d’arc de Júpiter, Mart es posava en oposició, la lluna entrava en creixent exacte i la nebulosa d’Orion s’aixecava per l’horitzó. Coses totes elles invisibles en aquell indret perquè era ple dia, però no per això menys significatives. El faig es va despertar.

El Pum va dreçar les seves orelletes i el Brain va obrir els ulls just al mateix moment que el faig prenia consciència d’ell mateix. Un estremiment els va recórrer, a uns l’espinada i a l’altre el tronc, de l’arrel més fonda al darrer dels branquillons, i el poder del faig es va manifestar.

El Pum ja portava dies una mica neguitós, i ni ell no sabia perquè. Aleshores va veure, què direu?, una esquiroleta moníssima, que li feia uns moviments de cua d’allò més simpàtics i atraients. Al Pum ja no li va caldre res més per acostar-s’hi tot engrescat; es van caure bé i ja tenim la parelleta. La jove femella es deia Pim. La Pim i el Pum no van trigar gens a construir el seu niu i a partir d’aquí tot va anar sobre rodes.

El Brain, mentrestant, es sentia molt a gust, i va pensar:

- Què bé que s’hi està, aquí. Ara, si tingués bona companyia seria molt millor.

Dit i fet. Va aparèixer del no-res una jove que així a primer cop d’ull era bellíssima, només que si la miraves amb atenció potser tenia coses estranyes, com un ull de cada color (un de blau i l’altre de color mel), el cabell llarg i molt negre però amb rinxols rossos barrejats, una cintura extremament estreta i un pits de la grandària exacta d’unes copes de xampany que havien fet en honor de ja no es recorda quina senyora d’una cort reial. Els dits de les mans eren llargs i fins, en canvi els peus els tenia diminuts, tan petits com les dents blanquíssimes en forma de perla i les orelletes quasi inexistents. El nas s’arromangava amb gràcia, la barbeta era punxeguda, la pell de la cara pàl•lida i la de braços i cames molt morena... en resum, era un compendi de totes les coses que li agradaven al Brain, però barrejades sense ordre ni concert. Com si diguéssim un trencaclosques de dona. Però el Brain no va fer cas d’aquests petits detalls, va estar molt content amb l’aparició de la noia, i hi van passar una bona estona, sota l’arbre.

Al cap d’un temps, el Brain va pensar que, si ja s’estava bé amb companyia, fixa’t tu que no seria poder viure allà mateix al bosc, en una caseta senzilla, amb aquella dona tan escaient. Dit i fet. Empenyent soques i fullaraca va néixer del terra com un bolet una caseta encisadora, tota de fusta, exactament igual que una altra que el Brain havia vist feia molts anys en una fotografia i li havia agradat molt.

La parella es va fer mestressa de la caseta, però un cop dintre, ja van veure que el seu interior era molt simple: una llar de foc que feia també de fogó, una màrfega, una taula i dos bancs.

- Vaja – va pensar el nostre heroi – no està malament, però un interior més modern i luxós ja seria perfecte. Una bona cambra de bany, una cuina d’aquelles modernes en mig de la sala, que ocupen més espai que un menjador victorià...

I conforme anava pensant coses que li feien il•lusió, elles anaven apareixent, com qui no vol la cosa, mentre la caseta s’eixamplava com un globus ben inflat i es convertia en un xalet dernier cri.

Quan es va veure voltat de tants luxes, li va semblar que ja no podia desitjar res més. Es va estirar en una còmoda hamaca a tocar de la piscina, va inspirar fons i aleshores... aleshores es va adonar que si s’havia de posar a cuinar i a netejar, tot allò perdia la seva gràcia. I si li feia fer a la dona, ja no la tindria tothora a la seva disposició.

- Ai, - rumiava - si hi hagués, no sé, una cuinera, una cambrera i un majordom, jo podria estar aquí a cor que vols, i tindria a la meva companya pendent només dels meus capricis. Això sí que seria vida de la bona!

Dit i fet. Com si fossin esperits convocats en una séance de pel•lícula, els tres criats es van materialitzar i van començar a triscar per la casa com si no haguessin fet una altra cosa durant els cent anys anteriors.

Ara, és clar, tot estava ordenat, net i polit, però quan el tibat majordom li va portar una safata plena a vessar de copes i platets, a dintre no hi havia sinó aigua per beure i fruitetes del bosc per fer el mos.

Mentre la seva companya s’atipava alegrement de maduixes, móres i gerds, el pobre Brain no estava content. A ell li haguessin fet el pes uns còctels amb molt de gel, caviar, uns muntadets, uns canapès... abans que ho hagués acabat de pensar, puf! ja ho tenia tot a l’abast: que si una plata de marisc variat que feia venir salivera, que si gerres elegants curulles de líquids apetitosos de tots els colors, acompanyats de rodanxes de taronja, llimona, llima, que no es podia demanar res més. Que si tot de safates i safatetes amb torradetes i patés, salmó fumat, pernil d’ànec, seitons, foie, fruites escollides i exòtiques, tomàquets farcits en fred i en calent, formatges frescos i curats, cremes i risottos. Al Brain li rodava el cap i li rugia l’estómac, i no va deixar res per verd.

Després del tiberi va fer una bona migdiada. Quan es va despertar, però, i va veure tot el que l’envoltava, va tenir una sensació d’estranyesa i es va posar a rumiar:

- A veure. Tot això no pinta bé. Aquí fa unes hores no hi havia sinó arbres, fulles i arrels. I jo ara aquí en una casa elegant, voltat de totes les coses que m’agraden, i amb una dona encisadora a la meva disposició. I només he hagut de pensar-hi i ja ho he obtingut! Aquestes coses no són normals. Aquí hi ha un poder aliè que es dedica a satisfer els meus desitjos. Si repassem bé tota la història de l’home, quan és que passa això? Única i exclusivament quan pel mig dels assumptes humans es fica el dimoni. Sempre és igual. De primer, el dimoni t’ofereix els tresors de la terra, i desprès, apareix per cobrar-se el servei!

Dit i fet. Davant del Brain va aparèixer el dimoni. I no qualsevol, no. Mefistòfeles en persona! Guarnit amb el barret emplomallat, les calces partides i la xupa ricament brodada. Amb una expressió malèvola accentuada per la seva barbeta en punxa i les celles llargues, espesses, el nas afilat i els ulls negres i penetrants. Igualet, igualet, que en aquell gravat del llibre de Faust que el Brain recordava tan bé.

El Brain va fer un bot, aterrit, i només va ser capaç de pensar:

- Quin horror! Ara se’m menjarà!

Dit i fet. El dimoni, d’una sola mossada, se’l va empassar. Com que el Brain havia desaparegut, tot el que el seu pensament havia materalitzat es va esvair amb ell: dona, casa, mobles, criats, requisits i el mateix dimoni. I sota el vell faig, no va quedar rastre de res, com si un home de nom Brain Noús no hagués existit mai dels mais.

Només un parell d’éssers vius es van adonar del prodigi. Eren la Pim i el Pum, que estaven molt atrafegats amb el niu, les nous, les tafaneries i la resta d’activitats pròpia d’una parella d’esquirols. Per aquesta raó, tampoc no van fer gaire cas del fet. Ells ja estaven prou contents amb el que tenien: bona companyia, refugi adequat, menjar a dojo i grans projectes familiars. Tot era perfecte. Que una cosa estranya que no els servia de res desaparegués o no, no tenia cap mena d’importància.

I Venus es va separar de Júpiter un segon d’arc, Saturn va deixar sentir la seva influència des del quadrant superior i el caçador Orion es va aixecar tot sencer en mig del cel, tot i que ningú no ho veia perquè lluïa el sol. El vell faig va fer un sospir satisfet, i es va tornar a adormir fins a la propera configuració astral propícia.

La Pim i el Pum ni es van adonar. Com bons esquirols, vivien al dia, o més ben dit, moment a moment. No sabien el significat de la paraula encaparrar-se, i ara que hi penso, tampoc de la resta de paraules. Ells es comunicaven a cop de cua i els anava molt bé. Allà deuen estar encara, o sinó la seva descendència, i ningú no sabria dir si el que van aconseguir ho tenien gràcies al poder del vell faig o senzillament perquè és el que la Mare Natura proporciona en general a l’espècie esquirol. Potser van ser més afortunats que d’altres congèneres, ja que ni guineus ni llamps ni caçadors no els van fer mai la llesca. Si era o no pel poder del faig, o per les casualitats de la vida, aquest pobre narrador no en té ni idea.

Del Brain i els seus pensaments no es va tornar a saber res mai més. Prou que el van buscar, la Policia i la Guàrdia Forestal, el walkie talkie que li havien proporcionat. No el van trobar enlloc, i tampoc el Brain. Tot plegat va quedar anotat juntament amb la resta de misteris indesxifrables que s’esdevenien a la Fageda Encantada.