diumenge, 5 de gener del 2025

Una laguna en el mar de las olas (II)

 

Un almuerzo en Bengala

Capítulo II. Ukka Kalakata

Radharani abrió los ojos en su cómoda habitación y apartó la colcha de algodón. No podía decir que tenía frío, pero hubiera preferido algo de más abrigo para pasar la noche. Se arrebujó en su chal y abrió la ventana de gruesos postigos para mirar el cielo; todavía estaba bastante oscuro, aunque ya las estrellas se iban apagando. Decidió esperar unos minutos y observó fascinada cómo una claridad cada vez más viva se iba extendiendo rápidamente. Aspiró el aire de la mañana. Un nuevo día.

Cerró los ojos y casi sin darse cuenta fue recogiendo uno a uno los sonidos de la casa, que parecía desperezarse como un perrito dormilón. La voz de su madre, cacharros en la cocina, el canto de la criada… En casa y a salvo. Ese era el sentimiento: una ola de tranquilidad que la inundaba, desde la planta de los pies hasta la cabeza. Se sentía sumergida en la placidez del hogar, y por un momento deseó intensamente quedarse allí para siempre, a los pies de sus padres, sin necesidad de salir al mundo a ganarse el pan. O quizá en su propia cocina, lejos de presiones y de reuniones agotadoras, disfrutando con las risas de unos niños, sus niños…

Sacudió la cabeza con un ligero fastidio. Una persona que estaba completamente absorbida por un trabajo que le entusiasmaba no debería entretenerse en esos absurdos pensamientos. Una casa propia, un marido y unos hijos… eso le había insinuado su madre, aunque ahora la daba ya por perdida; Radha jamás se permitió caer en esa trampa. Abuelas, ancianas tías y otras parientes se pasaron años proponiendo candidatos, y es cierto que alguna vez sintió flaquear su determinación, sobre todo al volver de Bosten. Quizá podría haberse quedado en Ukka y dar clases, disponer de una niñera… Otra vez el mismo rollo mental.

Inspiró profundamente y entró en el minúsculo baño individual que tanto le gustaba porque era únicamente suyo y lo arreglaba a su antojo. Acarició el suave bambú del armarito y a su contacto, tan familiar, una sensación de calma la atravesó desde los dedos al corazón. Quizá con algún compañero de la universidad o de la TSA hubiera sido posible… No, para nada. En realidad, ningún hombre o mujer había sido capaz de atravesar su bien templada coraza. Simplemente, Radha no se había enamorado jamás, y el sexo por el sexo no tenía para ella el menor interés ni atractivo. Era algo que reconocía con facilidad y sin ninguna desazón; su constante y sincera introspección y una mente clara y disciplinada no le permitían el menor autoengaño. Así era feliz, y daba gracias a los dioses y a su padre por no haber sido obligada al matrimonio. Habría sido un desastre. Tranquila y satisfecha siguió con su rutina de baño, aceites y cuidado del cabello y de los pies.

Ya arreglada bajó a la sala, donde sus padres almorzaban y charlaban con su hermano Kiram, que todavía asistía a la Universidad regional y por ello, y quizás por ser el pequeño, muy por detrás de sus hermanas, pretendía aparentar aires de jovencito. El muchacho, siguiendo una moda acabada de llegar desde las regiones americanas, había levantado su negro flequillo hasta una altura de vértigo, las relucientes ondas de sus rizos artificiosos se superponían hasta llegar casi a los hombros, y toda su cabellera despedía un intenso olor a goma guar con vainilla. Su aspecto era a la vez atrevido y ridículo.

Como contraste, la mesa era una auténtica fiesta para los ojos; la familia Chatterjee regentaba desde hacía varias generaciones un prestigioso comercio de productos para el hogar que incluía todo tipo de artículos textiles y objetos de loza, cerámica, cobre y bronce, siempre con diseños bengalíes tradicionales. Así, el comedor resplandecía con sus coloridos manteles y cojines de fino algodón, y los platos y cuencos, amorosamente cuidados, mostraban una hermosa pátina que los hacía aún más bellos. Además, los aromas intensos y picantes que emanaban de las diferentes bandejas llamaban con insistencia a Radha para que de una vez se sentara a desayunar.

-Buenos días, padre; buenos días, madre. ¿Qué tal, hermanito?

-A punto de irme -respondió el chico aún con la boca llena-. Hoy tengo un día muy movido. He de entregar un par de proyectos importantísimos, esenciales… Me han tenido ocupado por lo menos dos días.

-¡Dos días! No sé si podrás resistirlo. Imagino que será todo lo movido, importantísimo y esencial que puede ser algo relacionado con la filología comparada de las lenguas muertas. ¿Y no piensas peinarte? -Radha era incapaz de contenerse cuando su hermano presumía.

-Estoy peinado, y mucho mejor que tú, trencitas.

-Supongo que cuando hayas dejado tus obras maestras en la universidad irás a la tienda, ¿no? A trabajar un ratito, para variar.

-Tengo mejores cosas que hacer que despachar trapos de cocina.

-Esos trapos de cocina nos han dado una buena infancia, han pagado mis estudios y los de Lakshmi, y te mantienen como a un príncipe en el exilio. Sé agradecido y respetuoso con nuestros padres, impertinente. ¿Qué día dejarás de ser una carga? ¿La palabra responsabilidad no se hizo para ti?

Kiram ni se molestó en contestar. Soltó un bufido, un “hasta luego” brusco dirigido a las paredes, y desapareció por el pasillo. Todavía le oyeron murmurar: “Maldito cerebrito con trenzas…”

-Hija -su padre tenía el ceño fruncido-, no sé a qué viene tanto meterse con tu hermano. Le está costando hacerse mayor. Ya sabemos que eres el genio de la familia…

-Nunca he pretendido tal cosa. Él es el que siempre se va dando importancia, alardeando de naderías y llamándome cerebrito con trenzas como si eso fuera un insulto. Y sin pegar golpe en todo el día. Me pone negra. Lakshmi y yo pasamos muy buenas horas en esa tienda, aprendimos muchísimo, y jamás se nos cayeron los anillos.

-Es el varón, los chicos, ya se sabe… -Harimohini, la madre, era una de esas mujeres educadas para venerar a los hombres de la familia, disculparles las mayores groserías y consentirles hasta el delirio. Ni siquiera era consciente de lo afortunado que había sido su propio matrimonio-. Haya paz. ¿Has dormido bien, cariño?

Radha se llenó el plato con el dhal de la fuente, tomó un pedazo de chapati y empezó a comer. Reflexionó antes de contestar.

-No lo sé, madre.

Los padres la miraron expectantes. Radha pensó un momento más.

-En realidad, creo que he pasado una noche inquieta. Como si hubiera soñado mucho y de forma confusa, pero no recuerdo nada y ahora me encuentro bien. Es una sensación extraña. Sé que mis sueños eran agitados pero no sé nada más.

El señor Chatterjee bebió pensativamente el té con leche y dejó la taza con cuidado antes de dirigirse a su hija.

-Tan agitados como para decir algo en voz alta.

- ¿En serio? ¿Grité, o llamé a alguien?

-No lo sabemos. No duró mucho, pero es evidente que algo te pasa, llevas así varias noches. Si quieres, podrías ver a tu primo Samir…

-No, padre, muchas gracias. Si me decido por la hipnosis mejor consulto al doctor Bagchi.

-Si te parece que tu familia no es lo bastante buena… -el hombre intentó dar a su voz un tono severo, pero no lo consiguió. Su hija mayor era su orgullo y nada le satisfacía más que tenerla cerca. La madre, sin embargo, estaba preocupada.

-Cuídate, cariño. Quizá la convención de Nueva Delhi te pone nerviosa.

-No es la convención en sí -Radha reclinó la frente en su mano derecha-. Es ese sociólogo.

-¿Qué sociólogo?

Radha levanto la cabeza y sonrió, llena de energía.

-No es nada. Me voy a la oficina.

Besó a sus padres y salió de la sala. Su hermoso churidar azul relampagueó en un rayo de sol. La madre suspiró.

-No sé si hicimos bien en permitirle esa vida de científica. Echa en falta unos hijos, un marido. De ahí todos esos malos sueños.

Pero el padre movió la cabeza pensativamente.

-No creo que sea nada de eso. Nuestra Radha es fuerte e independiente, tomó su decisión de forma meditada y dudo que se haya arrepentido. No digo que a veces pueda pensar en cómo habría podido ser su vida… No sé, ¿recuerdas cómo era cuando estudiaba, y los primeros años, en la TSA?

-Ni siquiera quiero pensar en ello. Todo lo que sufrimos cuando desapareció en aquel viaje detestable… Creí que nunca volvería a ver a mi hija. Lakshmi parecía una sombra. Y Kiram, ¡era aún tan pequeño! Pasaba las noches en blanco, llorando, dejó de comer… ¿Es que no te acuerdas de aquel horror?

-No me refiero a eso. En aquella época, antes de la misión a Titán, era alegre, tenía muchos amigos; ella y Lakshmi siempre disputaban por llevar los zapatos más originales, una a la otra se robaban sus piezas preferidas del armario y se las ponían a escondidas. Pero eran cómplices en todo. Y a Kiram lo adoraban y le daban todos los caprichos.

La madre apretó ligeramente los labios.

-Una chica moderna, como ahora nuestros otros hijos. A mí me molestan mucho esa ropa y esos modales. Pero ahora, oh, ahora es otra cosa. Radha ha regresado a sus raíces. Estoy muy satisfecha.

-Pues yo estoy inquieto, hay algo raro. No es la ropa, es… Riñe a Lakshmi, molesta a Kiram… Que si has de vivir aquí o allí… Que si no te repugna devorar cadáveres… Que si la música, que si el peinado, que si por qué vas a bailar crazydance o juegas a visitenis…

-Y hace bien. Radha defiende su herencia, su cultura. ¿Sabes que vuelve a pintar a la manera tradicional? Mi amiga Vani dice que se lo toma muy en serio. Ha terminado una preciosa pintura en seda sobre Krishna.

-¡Pero si lo odiaba! Aún recuerdo qué discusiones teníais porque tú pagabas a Vani para darle lecciones y ella se negaba a asistir.

-Las mujeres siempre acaban siendo las guardianas de la buena tradición. Ya verás como también Lakshmi acabará volviendo a nosotros. Y Kiram sólo ha de librarse de los malos recuerdos y será un gran hijo. Mi Radharani está abriendo el camino.

La señora Chatterjee sonrió satisfecha y empezó a recoger tranquilamente los platos y boles. Su marido siguió bebiendo el té, cabizbajo y preocupado.


(Continuará)


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