dissabte, 18 de gener del 2025

Una laguna en el mar de las olas (III)

Cauterets

 

Capítulo III. Cauterets

Elaine miró por la ventana mientras se calentaba las manos en la taza humeante y suspiró satisfecha. Aquel paisaje de montañas la llenaba de energía y de paz. ¡Qué suerte que Jean Luc le dejara el apartamento aquel fin de semana! Claro que le encantaba su ciudad, y el trabajo llenaba de contenido todas sus horas. Pero de cuando en cuando le apetecía dejar los suaves contornos de su Aquitania natal y sentirse protegida bajo la gran sombra de los Pirineos, aunque para ello tuviera que echar mano de un permiso de viaje.

A veces, mientras realizaba los largos trámites exigidos a los turistas, se preguntaba cómo debía de ser el recorrer toda Europa en tu propio vehículo, cuando te apetecía, sin encontrar ni una sola aduana ni control de paso, como habían hecho sus tatarabuelos, que iban de París a Barcelona y luego hasta Roma o Praga o Helsinki sin preocuparse de nada más que de encontrar restaurante y hotel. Los conflictos regionales de hacía dos siglos se habían solucionado fraccionando los territorios en unidades mucho más operativas y eficientes, pero la burocracia de fronteras podía llegar a ser bastante pesada. Además, estaba el acceso al transporte grupal. La situación profesional de Elaine le permitía obtener pases de ferrocarril, y aún de avión, con relativa sencillez y sin dar demasiadas explicaciones, pero a veces eso no era tan fácil. En esta ocasión todo había salido a pedir de boca.

Hacía varias generaciones que la familia de su exmarido, Jean Luc, disponía de un minúsculo apartamento en un edificio antiguo de Cauterets; todo un lujo de casi trescientos años bien conservados y actualizados, dejado en herencia por un antepasado lejano que había hecho fortuna. Después, por suerte, y aunque habían ido muy a menos, nadie se había animado a desprenderse del pisito por un puñado de monedas e inteligentemente habían decidido repartirse el tiempo para disfrutarlo en lugar de dividir el precio de su venta en tantos dígitos que no hubiera quedado ni para una cena. E incluso ella, ahora sin ningún vínculo legal con los Boissieu, podía de cuando en cuando conseguir que le prestaran las llaves y le regalaran generosamente dos días y dos noches de pura delicia, lejos de la agitación del hospital y de sus responsabilidades en una UCI sobrecargada de trabajo.

Hacía frío detrás de los cristales escarchados, pero la chimenea de seguridad y bajo consumo proporcionaba una temperatura más que suficiente. Con sus ropas de ThermoTeck, suaves y cálidas, y el delicioso chocolate que confortaba a la vez su estómago, su nariz y su corazón, contemplar los nevados picachos se la llevaba de este mundo hasta un paraíso en blanco y negro, de aire puro y cortante, vigorizador. Se miró en el jing3D y sonrió ante su aspecto sencillo, su corta melena pelirroja llena de rizos y sus brillantes ojos azules. Aunque era alta y de tipo atlético su carácter excesivamente tímido la hacía parecer insignificante. De todas formas, su expresión siempre agradable y un poco retraída no llegaba a esconder por completo un aire indefinible de conocimiento y habilidad, que tan buenos efectos tenía en su vida laboral.

Empezó a proyectar las actividades de aquel sábado de principios de diciembre: saldría a dar un paseo, y según estuviera el tiempo, tomaría el teleférico de Pont d’Espagne, y si había suficiente nieve alquilaría unas raquetas y gozaría de una buena jornada de ejercicio por las pistas que se retorcían alrededor del Circ du Lys. Después de la excursión se daría una ducha caliente e iría a comer un trozo de pastel y a tomar el té a aquel evocador establecimiento de la Rue Rénard. Sería un día fantástico.

Y entonces, cuando estaba más relajada, en el momento en que su mente había bajado todas las defensas, la imagen que la había perseguido oscuramente en sueños durante tanto tiempo surgió con toda su fuerza, y ahora en estado de vigilia, con lo que no podía desecharla como una impostura. La imagen de una sala en semioscuridad, un lugar inmenso, frío. Silencioso. Y ante ella, una figura aparentemente inocua. Una figura que encerraba algo que la atemorizaba, algo aterrador que había dormido en su inconsciente durante años. Elaine se pasó la mano por la frente, pero aquello la seguía mirando, frío e implacable. Porque ahora se había abierto paso hasta su conciencia y ya no la dejaría olvidar. Y, fuera lo que fuera, venía de Titán.

La alarma del viditel la hizo volver en sí. Elaine miró a la pantalla, leyó asombrada el nombre de quien la llamaba y no pudo contener una exclamación:

-¡Radha! ¡No es posible! ¡Parece cosa de brujas!

Dirigió una mano al comando de respuesta, activó el contacto con la huella del índice, y el busto de su interlocutora se conjuró de la nada. Elaine sonrió con afecto al ver su rostro afable. Radha era ciertamente una mujer de aspecto atractivo. Pequeña y algo rolliza, aparecía muy elegante con su sari anaranjado de seda, sus facciones clásicas y su trenza negra, y se proyectaba en la pantalla del viditel como una sonriente presentadora de televisión. Tenía una voz suave que parecía deslizarse sobre el aire sin desplazarlo y unos preciosos ojos oscuros de mirada tranquila. Pero tras sus aires de serenidad india se encontraba una excelente ingeniera aeroespacial con dos doctorados, uno en Tokyo y otro en Berkeley, y una profesional segura de sí misma y bien capaz de dirigir a un equipo interdisciplinar con mano de hierro. Elaine la apreciaba mucho, aunque no hablaban con frecuencia. En realidad, pensó, hacía quizá tres años que no se habían visto.

-Bonjour, ma petite.

La ligereza del saludo tranquilizó a Elaine. Aunque Radha hablaba el francés con bastante desenvoltura, siguieron la conversación en hiplan internacional, era más cómodo.

-Hola, jefa, me alegro mucho de que hayas llamado, ¿qué tal va todo por Alta Kolcata?

-Estoy en Nueva Delhi. Preparando una convención de Astronáutica en el Espacio Profundo. ¿Todo bien?

-Como siempre, justo hoy estoy de fin de semana en el Pirineo y…

Radha interrumpió lo que podría ser el inicio de una charla tan interminable como intrascendente.

-Lo siento, Elaine, la verdad es que te llamo porque me ha pasado algo extraño.

-Tú dirás.

-¿Has oído hablar de Roger Bouchard? ¿Has leído algún artículo, o te suena de algún programa de televisión?

-No. ¿De quién se trata? ¿Algún científico francófono?

-Es un sociólogo quebequés.

-Soy una humilde doctora en medicina, no estoy al corriente de abstrusos problemas sociológicos -Elaine sonrió juguetonamente, pero de pronto se fijó en la expresión seria de Radha y se dio cuenta de que no era ninguna broma ni tampoco una conversación trivial-. Pero ¿qué te ocurre?

-Bouchard se ha puesto en contacto conmigo, primero en mi oficina de Alta Kolcata, hace unos días, y otra vez aquí, en Delhi, y me ha pedido una entrevista particular. Participa en la convención y por lo que me ha dicho un compañero, se interesó específicamente por mí y se tomó muchas molestias para conseguir mis datos.

Elaine no supo qué decir y únicamente se le ocurrió una vaguedad:

-¿Los sociólogos van a convenciones de astronáutica?

Radha respondió con una ligera impaciencia.

-Bouchard es experto en el impacto de la exploración espacial en las sociedades humanas, ha publicado varios artículos en revistas especializadas y está muy bien considerado... Pero…

-Pero ¿qué?

Radha suspiró y Elaine se dio cuenta de que no sabía cómo continuar. La ingeniera dirigió su mano hacia un lado del viditel, muy lentamente, de una forma deliberada, y presionó. El color de la pantalla cambió levemente a un rosado sucio y la imagen pareció fluctuar. Asombrada, Elaine se dio cuenta de que en Delhi se había activado un bloqueador de señal.

-Lo siento, Bouchard me adelantó que su entrevista tendría que ver con el incidente Mare Undarum, que es muy importante que hable conmigo, que no dijera a nadie más de qué iría nuestra entrevista, con la excepción de los compañeros, que es urgente…¿qué piensas de esto?

Elaine no contestó. Únicamente miraba la pantalla con fijeza.

-Querida, después el supervisor querrá saber por qué he usado el bloqueador dos veces esta semana. A ver qué me invento. Como ves, la cosa es seria.

Elaine estaba ahora ligeramente enfadada.

-Radha, ¿has hablado de la Mare Undarum por viditel con un desconocido? Y ahora me lo sueltas a mí, y… en realidad no quiero saber nada.

Radha inspiró con fuerza.

-Esto nos incumbe a todos; si alguien está investigando el caso Mare Undarum nuestros nombres volverán a primer plano. Esconder la cabeza en la arena no te va a servir.

-Líbrate de ese Bouchard o como se llame, dile que no recordamos nada. No quiero volver a la TSA, no quiero volver a soportar sus interrogatorios, no quiero salir en portada de ninguna revista, me da igual que sea científica o rosa, lo que quiero es vivir en Sarlat y atender a mis pacientes. Que me dejen en paz.

-¿Y qué te crees que quiero yo? ¿Te parece que voy a comprometer mi carrera por un fisgón? No, Elaine, hay algo en ese hombre, no creo que pertenezca a la TSA, ni que desee publicidad. Le he investigado un poco durante unos días.

-¿Y qué? -La voz de Elaine era ya francamente hostil.

-Es catedrático de sociología comparada en la Universidad de Montréal. Además posee otros dos doctorados: en psicología y en etnología, y una licenciatura en antropología.

-¡Vaya! Quizá sólo quiere estudiar más impactos psicológicos para un artículo, no veo qué tiene de raro -Elaine se sentía aliviada, se trataba de un mero investigador, de una rata de biblioteca.

-Lo curioso son las fechas que aparecen en su CV; no sé, ese hombre en pocos años se ha sacado cuatro licenciaturas y tres doctorados y ha conseguido una cátedra. Estoy inquieta.

-Bah, un superdotado, no sería el primero ni será el último. Suelen ser bastante tontos para otras cosas.

Radha suspiró e hizo acopio de paciencia. Elaine podía ser enervante con su ligereza y sus deseos de no comprometerse.

-A ver si me explico bien. Me he puesto en contacto con un familiar mío que vive en el Québec y trabaja en Monique-Corriveau…

-Temo no saber qué es eso.

-Una biblioteca que cuenta con enlaces a todos los departamentos oficiales de la región, entre ellos al sistema educativo. Solicitó un permiso especial para investigación de cargos públicos y mira lo que ha descubierto: a pesar de que su pasaporte se expidió en la Región Nordeste, Bouchard jamás estudió ni se graduó en ninguna escuela secundaria del Québec, ni de ninguna otra región próxima, al menos del Norte Continental. Su expediente no consta en ningún sitio.

-Quizá estudió en regiones del oeste, o más en el límite sur; en Puebla, por ejemplo, o en Nuevo León. Quizá incluso en Europa.

-Él mismo declaró al hacer el examen de ingreso en la universidad que no había asistido a ninguna escuela ni instituto, que había estudiado en casa tutelado por sus padres, que éstos habían muerto, que no tenía otros familiares, y que vivían en la Subregión de Columbia Británica, cosa que mi pariente no ha podido confirmar. Disponía de un permiso de conducir de Cascadia, y eso es todo, o al menos Satish no ha encontrado nada más.

-¿Satish?

-Mi primo, el bibliotecario investigador. Y ahora por favor atiende bien porque es importante. ¿Sabes cuándo apareció Bouchard de la nada y empezó su carrera triunfal en la universidad?

Elaine no supo qué decir. Esperó.

-Pocos meses después de nuestro regreso de Titán -prosiguió Radha-. A mí me parece eso muy significativo.

-Pues yo no entiendo qué quieres decir. Me estás confundiendo.

-Elaine, basta de cerrar los ojos y no querer entender. El pasado vuelve y lo tenemos que solucionar. Bouchard tiene alguna clave de lo que nos pasó y estoy segura de que debemos escuchar lo que tenga que decirnos. Por favor, necesito que estés en Nueva Delhi la próxima semana, pide vacaciones, permisos, lo que te parezca, pero ven, de algo te ha de servir ser la directora del servicio. Ya me llamarás para concretar fechas. Que sea pronto, si no, volveré a llamar yo. Ya no soy tu jefa de misión, pero pienso insistir. Au revoir, Elaine.

Con un gesto seco, Radha cortó la comunicación y Elaine se quedó sentada ante la pantalla, completamente aterrorizada. En aquellos momentos deseaba no haber traído el viditel a Cauterets y conformarse con el fono, pero ahora ya no tenía ninguna importancia. El pasado tan cuidadosamente oculto volvía, de nuevo, para no dejarla descansar.


(Continuará)


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