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Familia mongol nómada con vehículos modernos |
Capítulo XIX. Llegadas
Delante del Palacio de Congresos, justo frente a la gran puerta que daba a la bulliciosa avenida Nehwal, una pareja descendió de un helitaxi comunitario que ostentaba el emblema del aeropuerto Indira Gandhi en relucientes colores. Mientras Iderbayarii entresacaba con dificultad las dos bolsas de viaje del increíble montón del compartimiento posterior, Ochirbatyn discutía con la conductora el coste total del servicio. No estaba nada conforme en que el trayecto hasta el Palacio Saraswati tuviera que ser más caro que ir hasta un hotel del centro, y la excusa del intenso tráfico en la zona y el exceso de tiempo invertido en su desplazamiento por culpa del desacostumbrado cambio de raíl magnético, no convenció en absoluto a la señora Gantomor. Finalmente, sólo las protestas del resto de pasajeros la decidieron a abandonar la disputa y pagar a regañadientes todo el importe. Acercó su muñeca derecha al terminal de cobro y desde la pulsera Fukuan se realizó la transacción de forma segura, eficaz y sin esperas.
Una vez se hubo elevado el helitaxi, el matrimonio, sujetando sus valijas, contempló el aparatoso edificio y se espantó ante el tremendo vocerío y el tumulto de gente. El contraste con el amplio horizonte de las estepas y la armonía de las yurtas en la llanura era abrumador. La mujer se aferró al brazo de su marido y suspiró.
-Ay, Ider, con lo tranquilos que estábamos… ¡Y qué calor!
-Lo sé, pero era necesario que yo viniera. Podrías haberte quedado con los niños, en serio.
-Prefiero estar aquí contigo. Lo que sea, lo pasaremos juntos. Y además… -Ochirbatyn no sabía cómo continuar. Ni siquiera se atrevió a mirar a los ojos a su marido. Procuró dar un tono indiferente a aquella pregunta que le resonaba de forma continua en el cerebro desde que llegó el mensaje para Ider- ¿Estará aquí Elaine Marchand?
Gantomor se detuvo, perplejo.
-Me figuro que sí, claro, y también los demás. ¿Por qué?
Ella no contestó. De pronto, él cayó en la cuenta de lo que le ocurría a su mujer. Durante su etapa en la TSA ya le había parecido alguna vez que había cierto recelo en su reacción cuando se nombraba a Elaine, pero en aquellos momentos prefirió no darle importancia y hacía tiempo que lo había olvidado por completo.
-¿Qué son esas ideas? ¡Si hace muchos años que no la he visto ni apenas tengo relación con ella! Nos enviamos algún mensaje de cuando en cuando, eso sí… -cuando vio que su esposa bajaba aún más la cabeza, su confusión le apenó-. Ochir, mírame. Nunca ha pasado nada. Estuvimos juntos en varios proyectos, Elaine me cae bien, y yo a ella, supongo, pero no hay nada más.
-Lo siento, Ider. Es que… ¡Es tan guapa! Sé que te gustaba. Siempre hablabas de ella con tanta admiración… Y ahora la volverás a ver.
-¿Guapa? No tanto. Digamos que está bien, sí, y es una mujer muy agradable, pero eso no significa que esté enamorado de ella. Y claro que la admiraba, es una profesional estupenda, y nos compenetramos para trabajar. Ahí queda todo.
Iderbayarii dejó la bolsa en el suelo, le tomó las dos manos y le habló lentamente:
-Mi buena Ochirbatyn. De acuerdo, nos conocemos desde pequeños, nuestra boda fue concertada entre familias y nosotros aceptamos; no hubo ningún enamoramiento de película ni una desenfrenada historia romántica. Pero fue un acierto. ¿Tú crees que nos queremos? ¿Que somos felices?
-Yo te quiero muchísimo. Y soy feliz. Pero no sé si tú… -a Ochir se le saltaron las lágrimas de vergüenza por haber provocado aquella conversación. En más de veinticinco años de matrimonio era la primera vez que hablaban de su vida en común y de lo que significaba.
-Y yo te quiero a ti. Tenemos tres hijos, profesiones que se complementan, gustos y aficiones comunes… Soy feliz. Claro que me pueden gustar o atraer otras mujeres, pero no es nada, ¡nada! ¿Sabes? Ahora estoy seguro de que ha sido una suerte que me acompañes. ¡Los Gantomor van a ser una fuerza de la Naturaleza! Somos mongoles, ¿no?
Ochirbatyn rió entre sus lágrimas y asintió. Gantomor apretó la mano de su esposa, y ambos atravesaron el arco de entrada y se sumergieron en el tumulto.
En aquellos momentos Roger Bouchard se dirigía hacia los jardines que rodeaban el Saraswati; una vez allí tomó un sendero que le llevó hasta la zona más apartada de los edificios. Dilató su percepción para reconocer cuántas personas se encontraban en los alrededores y, como eran muy pocas, fue suficiente con lanzar un ligero aviso de repulsión que las hizo alejarse con rapidez y dirigirse a sectores más concurridos. Seguro ya de su aislamiento, a salvo de ojos demasiado curiosos, envió la señal convenida a Munaak y esperó.
En unos instantes una forma se condensó entre la cerrada vegetación y la figura de una mujer joven apareció a una cierta distancia. Vestía uno de los modernos monos de pantalón ancho, negro de arriba abajo con un estampado de círculos blancos, y el cabello castaño recogido en una trenza formando rodete en lo alto de la cabeza. Cuando lo vio caminó hacia él con pasos vacilantes, pero fue adquiriendo seguridad, y cuando llegó a su lado se movía ya con más destreza.
-Bienvenida, Marina Borisovna.
-Traslado correcto. Adaptación en curso.
-Por favor, utiliza el hiplan para comunicarte.
-Traslado correcto. Adaptación en curso.
-De momento no hables si no es estrictamente necesario. Controla el volumen de la voz, que sea parecido al de la mía. Ahora te acompañaré al edificio principal, ya he reservado una sala donde reunirnos. Allí tendrás tiempo de ajustar todos los parámetros. Por cierto, el traje no está mal, pero ese peinado es muy anticuado. Será mejor que el pelo esté suelto y más corto, o lo recoges a un lado…
-Acertado. Correcto. Entendido. Para hablar especifica si es suficiente con el hiplan o se precisa añadir otra lengua.
-Hiplan para comunicarte en grupos heterogéneos, esperanto si únicamente se hallan presentes oriundos de Europa continental, ruso para habitantes de la región rusa. Sería extraño que al encontrarte con alguien de estas características sólo pudieras expresarte en hiplan.
-Incorporando hiplan, esperanto y ruso en forma coloquial y en modo discursivo.
-Ve amoldando tu mímesis mientras nos dirigimos a la sala. Camina a mi lado, sin adelantarte ni quedarte atrás.
-Entendido.
La pareja se encaminó de forma pausada hacia el edificio central del complejo del Saraswati, hacia el que confluían ya buen número de personas. Bouchard guió a su acompañante hasta la puerta principal y se dirigió a uno de los recepcionistas.
-Buenos días. Venimos a recoger el pase de una participante de la convención. Acaba de llegar. Ya está registrada, yo soy su enlace y avalador, aquí tiene mi acreditación.
-¿Nombre de la señora?
-Marina Borisovna Petrova.
-¿Origen?
-Murmansk. Región Rusa del Noroeste.
-Sí, aquí está -se dirigió a la mujer-. ¿Es usted? He de incorporar un registro de imagen.
-Sí. ¿Cómo? -la respuesta de Marina fue cortante, y la voz excesivamente alta.
La cara del recepcionista era de confusión.
-¿A qué se refiere?
-¿Cómo? -Marina repitió la pregunta. Bouchard tuvo que intervenir.
-Lo siento, está muy cansada del viaje, medio dormida -se dirigió a la mímesis de Munaak en voz baja, remarcando cada sílaba-. Señora Petrova, han de tomar una imagen para el pase de acceso. Por favor, ha de ponerse aquí delante.
Colocó a la mujer sobre las marcas del suelo y se dirigió al atónito empleado.
-Ya puede activar la grabación.
Se llevó a cabo el trámite sin más demoras; Bouchard recogió el pase y, tomando a Marina del brazo, efectuó el resto de las formalidades necesarias mientras su compañera lo seguía, rígida como un autómata. Cuando se alejaron por el pasadizo de entrada, el recepcionista se los quedó mirando mientras movía la cabeza con una expresión que aunaba la sorpresa y el reproche. La empleada del cubículo contiguo llamó su atención con unos golpecitos en la mampara de aislamiento. El joven se volvió con desgana.
-¿Quieres algo?
-Qué mujer tan rara, ¿no? Parece un robot -la chica alargaba el cuello por no perderlos de vista mientras se confundían con el resto de los concurrentes.
-Más o menos -respondió él con malignidad-. ¡Rusa! ¡Informática! ¿Demasiado vodka durante el vuelo?
Los dos rieron y el incidente se disolvió en su mente sin que fueran capaces de darse cuenta de ello. En unos minutos, no hubieran sabido qué responder si alguien les hubiera preguntado qué era lo que tanto les divertía.
(Continuará)
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