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Tomar relajadamente un café o un té favorece un ambiente propicio a las confidencias. La fin du déjeuner, Auguste Renoir, 1879. |
Capítulo XX. Reflexiones
Aiko y Elaine encontraron a Quinteros en la cantina del Pavitranda, tomando un café, y le hablaron de la presencia de Mark Dyson en la convención y de su sorpresa al descubrir que ellas también asistían. Quinteros de momento no dijo nada, se limitó a apurar su taza y dejarla lentamente sobre el platillo.
-Es muy incómodo que ese hombre se pasee por aquí -siguió diciendo Elaine-. En cuanto te vea se va a lanzar sobre nosotros como un jaguar. Y aún ha de llegar Gantomor.
-No me preocupa Dyson -Quinteros fue tajante-. Es un buen profesional, y además le debo mucho.
Mirando fijamente su taza vacía, José Quinteros permaneció pensativo durante unos segundos. Las dos mujeres esperaron en silencio el comentario que había de seguir.
-En realidad -continuó, siempre contemplando la taza-, me parece que es una suerte que haya venido a la convención. Lo que es yo, soy partidario de ponerle al día de lo que hay.
Sus dos excompañeras se quedaron prácticamente sin habla. Fue Aiko la que reaccionó más deprisa.
-José-san, si me lo permites, me acabas de dejar anonadada. Vayamos por partes. Primero, ¿qué significa que le debes mucho? Segundo, no estarás hablando en serio… Lo que nos faltaba es dejar que un periodista meta las narices en un asunto como éste, que ni nosotros sabemos todavía cómo encarar.
-Mejor vamos a otro sitio, aquí hay demasiados oídos -Quinteros se levantó y se llevó a las mujeres hacia la salida de los jardines.
Ellas le siguieron sin hacer comentarios y cuando por fin se detuvo quedaron expectantes. Con Quinteros era mejor no ser apresurado y dejarle expresarse a su modo.
-Cuando salimos de Bosten, una vez acabó la investigación, todos volvimos a casa. Entre otras cosas, a buscar trabajo, porque en la TSA se había acabado todo.
Después de esta afirmación José Quinteros se quedó absorto ante los frondosos árboles que sombreaban la entrada. La vegetación era tan exuberante que parecía querer invadir los propios edificios e introducirse en los despachos, las salas y los paraninfos; esta prodigalidad natural le fascinaba, y quizá le daba fuerzas para ordenar sus pensamientos. Elaine y Aiko le observaban con fijeza, atentas hasta a la más mínima palabra, gesto, mirada o suspiro del telemetrista. Habían compartido con él incontables horas de trabajo y de angustia y su introversión había sido uno de los obstáculos que impidieron al equipo fluir más cómodamente en aquel regreso traumático desde Titán. Pero no le culpaban por ello. Aiko era muy consciente de cuán difícil puede ser la espontaneidad cuando se ha pasado la vida entera sojuzgado bajo las leyes inexorables de la discriminación por sexo, origen, cultura o raza. En cuanto a Elaine, conocía bien la tiranía de los caracteres tímidos, capaces de ahogar e invisibilizar las mayores inteligencias. De todas formas, con tanta concentración en su compañero, no se dieron cuenta de que ya no estaban los tres solos.
-Decidí volver a Avaparaná, con mi gente, aunque es una región que carece de proyectos espaciales. Soy un buen ingeniero, estoy especializado en nanotecnología y telecomunicaciones, creí que dispondría de suficientes salidas profesionales allí. Pero me equivoqué. Regresar de una misión fracasada me arrinconó, las noticias que llegaban en los diarios más divulgados eran mayormente falsas o especulativas, y el informe final de la TSA era muy vago, no decía nada inteligible para quien no estuviera familiarizado con la astronáutica. En resumen, para qué cansaros, que pasaron meses y meses y nadie quería saber nada de mí.
Las miró con tristeza. Ellas seguían callando. Ya estaban al caso de la dura vida de Quinteros al regreso de la misión, pero nunca la habían escuchado en la melancólica sencillez de aquellas palabras que salían de su herido corazón.
-Encontré el reportaje de Dyson en una revista especializada, y me gustó mucho. Le recordaba bien de nuestras entrevistas en Bosten, y me pareció que sería comprensivo. Pude ponerme en contacto con él. Le expliqué mis dificultades, aún no sé por qué lo hice. Dyson se interesó por mí, y se puso a mi disposición para dar a quien fuera informes de mi carrera laboral y de mi carácter. ¡Y funcionó!
-¿Te ayudaron sus declaraciones? -Elaine estaba sorprendida. No estaba acostumbrada a que las afirmaciones de un periodista resultaran ser positivas para nadie. Normalmente, se dirigían más bien a hundir a quien fuera, vendía más.
-Ya lo creo. Es una autoridad reconocida en divulgación de astrofísica y temas espaciales, y su recomendación, junto con el juicio que hizo de mi profesionalidad, me abrió las puertas del trabajo que ahora desempeño. El reportaje dejaba claro que él nos había investigado a todos de forma muy exhaustiva. Así que sus palabras impresionaron a los responsables de TeleCom Corrientes. Y diciendo estrictamente la verdad. Nunca se lo agradeceré lo bastante.
-No acabo de entender por qué se tomó tanto trabajo. Tampoco es que quedáramos como amigos del alma -Elaine movió la cabeza, preocupada-. ¿Seguro que no te pidió nada a cambio? ¿Algún detallito extra de la misión a Titán?
-No me pidió nada -Quinteros parecía ligeramente ofendido-. Supongo que merezco que la gente se interese por mí.
-Estaba pensando -dijo Aiko- que quizá fuera un tema de solidaridad.
-¡¿Solidaridad?! -Elaine abrió los ojos de forma desmesurada-. ¿A santo de qué había de ser solidario?
-Sí, que decidiera respaldar a José-san por afinidad.
-¿Y qué afinidad tenemos él y yo? -Quinteros estaba confuso ante todas estas afirmaciones.
-Es muy fácil -Aiko hablaba de forma vacilante, no porque no supiera qué decir, sino por no herir los sentimientos de su compañero-. Ambos sois personas cuya raza puede ser causa de exclusión. Tú eres guaraní, Dyson es negro. Me parece que está claro. Él comprende las dificultades que puedes encontrarte…
Elaine puso ya unos ojos como platos.
-Aiko, por Dios. ¿En qué mundo vives? Dyson trabaja en Nueva York, y si no me equivoco nació y se crió en Bahamas. Vamos, que si en la Región Nordoriental o en el Caribe hay racismo contra los negros… Me parece que andas algo anticuada. Las cosas han cambiado mucho desde aquellas guerras mundiales y genocidios de que nos hablaban los abuelos. Ya no tenemos esa mentalidad.
Aiko la miró con cierta exasperación, pero le respondió con voz paciente.
-No digo que en su caso sea ahora, pero las personas de su raza no lo tienen fácil en algunos países. Es algo que se va repitiendo a lo largo del tiempo en menor o mayor medida. Yo opino que él es consciente de la existencia de la segregación, y por eso está más predispuesto a ayudar a alguien que se encuentre en situaciones apuradas por esta causa. Ojalá fuera cierto que el mundo ha cambiado tanto como crees. No es así.
-¿Cómo sabes si yo padezco segregación por ser guaraní? -Quinteros estaba asombrado.
-¿Es verdad?
-Sí.
Elaine tenía la boca abierta. No podía creer lo que estaba oyendo.
-Pero ¿cómo puede haber segregación contra los guaraníes en Avaparaná? ¿No lo sois todos? ¿O casi todos?
-De ninguna manera. ¿De dónde has sacado eso? Ni la cuarta parte de la población, y aún de éstos la mayoría son mestizos.
-¿Y tú…?
-En mi familia somos de sangre muy pura porque provenimos de la zona alta del río Paraguay, donde prácticamente todos pertenecen a nuestra etnia, sobre todo después de los enfrentamientos de 2115 y la división de la antigua República en las regiones actuales, que provocó un éxodo considerable hacia el sur.
-Caray, qué dominio de la historia -Elaine estaba impresionada por el alarde, pero Quinteros siguió sin hacerle caso.
-Mis tatarabuelos, junto con buena parte del clan, finalmente se mudaron a Corrientes y más o menos se fueron casando entre ellos. En casa y con nuestros parientes hablamos el criollo o el avañé, no el español, y eso, no sé por qué, está muy mal visto. Parece que tienen miedo de que les perjudiquemos su idioma… No sé, no es nada definido, pero nos tienen un poco aparte.
-Pero estudiáis y trabajáis como todos…
-Desde luego. No se trata de un racismo descarado. Pero entre dos aspirantes a un trabajo, si son de parecidos méritos, siempre se escoge al de piel más clara, o al que tenga un acento más… “apropiado”. Y para casarse, igual. Es algo muy sutil. Todos lo saben. Pero no se habla mucho -se dirigió a Aiko con curiosidad-: ¿cómo lo sabes tú?
Aiko sonrió sin demasiada alegría.
-Accediendo a buenas revistas, leyendo entre líneas, viendo documentales y estando al día de por dónde va el mundo. No hace falta ser muy listo. En fin, no quiero desacreditar a nadie, pero pensé que las razones de Dyson podrían ser aquello que se llama discriminación positiva. Es decir, si eres de una minoría oprimida, te daré ventaja, o bien creeré lo mejor de ti sin prueba alguna.
Quinteros se quedó absorto. No era ninguna tontería la explicación que Aiko estaba proponiendo. Al menos, ella no pensaba que Dyson quisiera aprovecharse de él. Pero al ingeniero tampoco le hacía ninguna gracia el papel de víctima salvada por razones equivocadas.
-Cuanto más lo pienso, más convencido estoy, por diferentes detalles, que todo esto que decís no tiene nada que ver. Mark Dyson es un buen profesional, y creo no equivocarme si digo que también es una persona muy íntegra. Estoy seguro de que me ayudó porque creyó seriamente que yo me merecía una oportunidad y que él podía hacer algo al respecto. Y toda mi vida estaré en deuda con él por eso.
-Muchas gracias, ingeniero Quinteros. Siempre es reconfortante que hablen bien de uno cuando no saben que está presente. Y no está en deuda conmigo, para nada. La equidad no entiende de deudas.
Los tres se volvieron, sobresaltados. Mark Dyson estaba frente a ellos, y su expresión era cordial.
-No se preocupen. Nada de lo que han dicho me ha molestado. Pero no, no aplico la discriminación positiva. El caso del señor Quinteros me impresionó por su injusticia. Le conocí bien durante el reportaje y pensé que era indignante que un profesional como él fuera dejado de lado por consideraciones ridículas. ¿Ya está todo claro?
Quinteros tendió la mano a Dyson y ambos hombres se la estrecharon con fuerza. Después, el periodista se dirigió a todos con su ancha sonrisa más insinuante que nunca:
-Bueno, doctoras, ahora que tenemos aquí a José Quinteros, quizá se decidan de una vez a confirmar que algo se mueve en torno a la Mare Undarum. Y si además veo al doctor Gantomor, acompañado de una guapa señora, por cierto -señaló al interior del edificio-, buscando un piscolabis por la cantina, puedo estar seguro de que aquí hay algo bueno para mí.
Los antiguos camaradas se miraron, y, ante la expresión socarrona de Dyson, sin poderlo evitar, se echaron a reír.
(Continuará)
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