dijous, 30 de setembre del 2010

Cuesta abajo (1)

Els protagonistas d'aquest conte (la senyoreta Pardo, Rubén, Charo, "el jefe", les noies, etc.) han existit realment, tot i que els seus noms i moltes de les seves circumstàncies estan canviats. Els sentiments que en el seu dia tots ells van despertar estan aquí i són certs. La història va passar, o no, en un altre temps i un altre lloc. És una història tan vella com la humanitat, i tan nova com el darrer segon: la història d'algú que no sap parar, d'algú que corre sense cap fre, cap avall, fins que s'estimba. I amb ell s'emporta la felicitat de tots els que l'estimaven.


—Pues bien, señorita Pardo, ya verá usted que esta es una empresa seria, bien dirigida y con personal de primera. Aquí no contratamos más que a trabajadores de reconocida solvencia profesional, como usted. Bien preparados y de impecable conducta. Desde luego, los tiempos no son buenos y no podemos pagar sueldos tan altos como nos gustaría, todos hemos de estrecharnos el cinturón, pero al menos nos ganamos decentemente la vida. Tampoco estamos para gastos suntuarios: ni se tira material ni se despilfarra en lotes navideños ni nada por el estilo. En fin, ya verá que el ambiente es amigable y distendido, aunque, eso sí, todos hemos de dar el máximo y no distraernos con tonterías.

Esta era la bienvenida que me estaba dando un hombre gordo, bajo, calvo, bigotudo y mal encarado ante el que acababa de firmar el contrato laboral. Se trataba de una empresa pequeña, mezquina, enclavada en un barrio marginal y deprimente. Me costaba más de una hora hacer el trayecto desde mi casa, que estaba situada en un barrio obrero pero digno y alegre. En otras circunstancias no habría aceptado un empleo en un lugar así ni por pienso, pero una terrible crisis había destruido centenares de empresas, no encontraba trabajo en ningún sitio y alguien me recomendó. Así fue como hace ya más de veinticinco años aterricé en la Gestoría Administrativa López Hermanos.

Rubén trabajaba en aquella oficina desde varios meses antes de que llegara yo. Era un chico de unos veinte o veintidós años, no muy agraciado, con la cara llena de acné, de vestir descuidado y además greñudo. Más bien alto pero bastante grueso, daba la sensación de que su corpulencia se debía no tanto a problemas alimentarios o de estructuras corporales heredadas, como al hecho de ser un poltrón. Simpático, aunque de conversación muy limitada, al principio yo no le encontré nada de interesante, en absoluto, pero me caía bien de esa manera vaga en que en general nos suele caer bien la gente sin sustancia.

Aunque único varón joven, no era un muchacho precisamente popular en la oficina. El resto del personal consistía en el ya presentado jefe, su hermano el contable, un abogado por horas y una porción de chicas del barrio sin formación ni experiencia —así se les podía pagar una miseria—, todas de pocos años y aún menos seso, que le daban bastante de lado. Cuando, en días sucesivos, fui haciendo preguntas sobre él, las respuestas fueron de todo pelo:

—No me gusta como trabaja. Y además tengo dudas de si viene duchado o no— decía una.

—No es mal chico, no, pero se entretiene demasiado hablando y no es puntual— apuntaba otra.

—Es más callado que una ostra. Pero mejor, porque si habla, sólo dice memeces. Además es feo con avaricia— comentaba la de más allá.

—Es bastante simpático, pero yo no me fiaría, mi madre dice que es medio delincuente— te soltaba la de al lado.

—De físico no está mal, pero no es mi tipo, va de listillo. Y cuenta unos chistes de muy mal gusto— se quejaba alguna más.

Aquel centro de trabajo no era ninguna bicoca. El hermano López mayor, al que llamábamos “el jefe”, y que era quien había puesto el dinero para el negocio, era un auténtico y absoluto negrero; el pequeño López hacía de contable y no era más que una sombra sin ningún espíritu que ni siquiera se sentía capaz de sacar la nariz de sus libros de cuentas corrientes. En cuanto al abogado, era un hombre taciturno que venía cada tarde a pasar un par de horas sentado en un rincón por redondear un sueldo de funcionario, y que se limitaba a llegar, meter la cabeza en los papeles, y de vez en cuando dar alguna orden o pedir un café. Si por una de aquellas casualidades levantaba la vista, se contentaba con mirarnos a todos de arriba abajo, como seres inferiores que éramos, y volvía a entregarse rápidamente a sus quehaceres sin molestarse más. Las jovencitas hacían piña aparte y en general, pasaban el poquísimo rato que podían distraer del trabajo en risitas tontas y bromas insulsas.

Yo no me llevaba mal con nadie, pero a mis treinta y siete años me sentía un poco desplazada entre dos superiores ariscos que no me hacían el más mínimo caso, el abogado de marras, que me miraba como si yo fuera un insecto poco corriente, y las yogurines y sus cuchicheos sobre el novio de turno, la salida del fin de semana y el cantante de moda. Cuando las fui conociendo mejor encontré entre ellas a personas muy válidas, pero de entrada, todas en montón y a simple vista, eran un poco agobiantes. Supongo que eso de alguna manera nos unió, a Rubén y a mí. Éramos dos seres sin nada en común con los demás. Extraños en el infierno (que no en el paraíso). Dos contra el mundo. O en este caso, dos contra la oficina.

Poco a poco, y sin que hubiera ninguna intención especial, nos fuimos aficionando a pasar buenos ratos hablando e incluso alguna vez llegamos a quedar a la hora de almorzar para tomar un café y charlar. A él le divertía explicarme cosas de su vida y andando el tiempo, y con gran asombro por mi parte, me fue convirtiendo en su confidente. Nunca entendí por qué: teníamos rutinas tan diferentes, nuestras aficiones estaban tan poco relacionadas unas con otras… en realidad diferíamos completamente en edad, gustos, y sobre todo, en nuestra manera de ver la vida.

Siempre he sido atenta y cumplidora con el trabajo y me gustan las cosas bien hechas. Soltera como era, pasaba las horas en que no trabajaba leyendo, cantando en un pequeño coro de aficionados, asistiendo a cenas, conciertos, teatro y cine con amigos y amigas muy similares a mí, e intentando sin mucho éxito sacar adelante una de esas carreras universitarias de vocación tardía que se alargan en el tiempo hasta el infinito y más allá. A él le juzgué desordenado, veía que se sacaba de encima todas las responsabilidades y hacía el gandul hasta donde podía llegar sin enfrentarse con los demás. Pero me acostumbré a escucharle, pues tenía una forma de hablar desinhibida que me hacía gracia; gastaba mucho desparpajo y se movía en ambientes que me eran totalmente extraños pero que de alguna manera llamaban a la puerta de mi imaginación. Aquel mundo canalla, lleno de bares de baja estofa, chicas fáciles y estúpidas sin otro atractivo que el puramente sexual (y a veces ni eso), exceso de bebida, situaciones límite y nocturnidad, no sólo no me gustaba, sino que lo encontraba francamente desagradable, pero Rubén sabía darle un sabor especial hasta a la anécdota más sórdida. No sé cómo, al final yo siempre acababa riendo.

Sus historias hedían a alcohol y rebosaban de broncas, palizas y hasta algún navajazo entre grupos rivales —claro que él no los llamaba así; me costó entender qué era aquello de lo que hablaba cuando, eufemísticamente, decía que había habido un pinchazo—. Al lado de tanta crónica de sucesos, que él relataba como si fueran emocionantes aventuras, mi vida parecía de convento de ursulinas; aunque he de decir que estaba muy segura entonces, tanto como lo sigo estando ahora, de que yo me divertía mucho, muchísimo más que él. En el fondo de todas aquellas andanzas se entreveía un foso de aburrimiento, de vida desperdiciada en falsas esperanzas. El horizonte de sus ideas era tan estrecho que daba realmente pavor: vivía única y exclusivamente para la diversión nocturna de la más baja ralea. «Si a eso se le puede llamar un ideal de juventud —pensaba yo entre mí mientras él se explayaba con los detalles de la reyerta de la noche anterior— prefiero mil veces ser vieja».

Yo intenté hacerle algunas reflexiones, pero sin pasarme: comentarios como al desgaire que le hicieran ver que podría labrarse una vida mejor y más plena. Me escuchaba con educación e incluso con deferencia, pero hizo siempre caso omiso de cuanto pude decirle. Mi vida y mis costumbres, para él, eran un palo, cosas buenas para personas pacatas y que no se atrevían a saborear la vida hasta las heces.

—Eres buena tía —me decía—, de lo mejor que corre por esta mierda de mundo. Pero eres de otra época, de cuando se llegaba virgen al matrimonio y se creía en Santa Claus. Algo así como si fueras mi madre, pero en simpático. No te enfades conmigo, ¿eh?

—No me enfado, pero, a ver… algunas de las cosas que explicas me preocupan. Eso de atacar entre cinco a dos que pasan por la calle porque no os gusta como van vestidos… Rubén, chico, has de ver que eso es algo… desagradable. La verdad es que no tengo palabras. No es ético, ni decente, y es un delito. Además, por lo poco que te conozco, no va contigo. Tú no eres así. Si yo paso por allí y no te parece bien mi peinado ¿también me pegarás? Creo que eres buena persona, pero te dejas llevar demasiado por tus amigos.

—Bueno —contestaba—. Si no hago lo que ellos, me tratarán de mariquita. Y no sufras, que con gente como tú nunca me metería. Esa especie de tíos va provocando sólo con el careto, ¿entiendes? En realidad se buscan los líos ellos solitos. Tú eres legal, a ti no te pasaría nada, te lo juro. Si un día, es un decir, te mueves por mi barrio, te veo y vas con alguien, o sola, tanto da… pst! Nadie te toca un pelo, ¡vaya!

Yo no lo veía claro, pero es inútil predicar en el desierto. Me limité, pues, a escucharle, y pensé que si me ponía muy pesada lo único que conseguiría es que me rehuyera. Y eso me habría sabido mal, ya que al final le había tomado cariño. Era para mí como un hermanito pequeño o un sobrino díscolo de esos a los que no puedes dejar de querer aunque sean unos trastos. Sólo empecé a desear que, corriendo en aquel desenfreno de vida, no llegara tan lejos que algún día ya no pudiera volver.

(continuará)


Caravaggio. Bacco adolescente (c. 1595)




dissabte, 25 de setembre del 2010

Misteri



Al meu balcó hi ha un misteri. Es tracta d’una planta que té gairebé vint anys. Potser més, perquè va ser un regal d’una persona que ja la tenia d’abans. Ocupa poc espai i és prou discreta. Potser no ha crescut més d’un parell de centímetres en tot aquest temps. Té la forma d’una mata espessa de fulles primíssimes, verdes i cilíndriques, i dóna unes flors blanques molt boniques; ara bé, només floreix durant el mes de setembre.

Però no es tracta de que floreixi més o menys cap al setembre, no. Exactament el dia u comencen a formar-se les poncelletes, i cap al tres o el quatre surten les primeres flors. I tan és que l’agost hagi estat sec com tempestuós, tan és que faci calor com una mica de fresca, que l’abrusi el sol o que els núvols siguin ben negres: el dia u, sense perdre pistonada, comença a florir, i no para fins que l’octubre treu el nas. Cada flor viu dos o tres dies i després s’asseca, però mentre dura aquest mes la floració es renova constantment, de manera que el petit test sempre n’està curull.

Com s’ho fa per saber la data? Té un calendari amagat i marca curosament els dies durant tot l’any? Me la imagino, una arrel fineta que traça una ratlla diagonal al quadradet que representa el 31 d’agost. I tota la saba es posa en marxa per oferir-nos les tres o quatre primeres poncelles amb l’exactitud i la precisió d’un rellotge de quars.

Ja me la veig comptant els dies: «Tots trenta, només trenta. Ara començo, ja s’ha acabat. Plou, fa calor, està núvol, fa vent, em reguen, no em reguen... és igual». Impertorbable, s’ha convertit en un miracle del temps i un misteri de la natura.

No tenim ni idea del nom de la planteta. He buscat per tot arreu i no n’he vist cap que s’hi assembli, així que li hem posat el nom de Pinea stativa. Us agrada? Ve a ser la traducció lliure d’aquella expressió castellana que es refereix a les bicicletes però que s’aplica a totes aquelles actituds i actuacions sempre idèntiques, siguin quines siguin les circumstàncies: “a piñón fijo”.

dilluns, 20 de setembre del 2010

L'agraïment dels pardals

"Si jo parlés llengües humanes i angèliques, i no estimés, seria com bronze que sona o címbal que retina, i si jo tingués el do de profecia, i entengués tots els misteris i tota ciència, i si tingués tota la fe, de manera que traslladés les muntanyes, i no tinc amor, res no sóc. I si repartís tots els meus béns per alimentar als pobres, i si lliurés el meu cos per ser cremat, però no estimés, de res em serveix."

Reconeixeu aquestes paraules? Pertanyen a la Carta als Corintis, un text atribuït a Pau de Tars. Parla de l’amor, però no des del vessant del romanticisme, ni del sentimentalisme. És un text molt ric, del que, en aquests moments, voldria destacar especialment un matís:

La mateixa acció, feta amb amor o sense, canvia totalment en el seu resultat. Les “bones accions” de què abans tant es parlava, fetes sense amor, només per “guanyar-se el cel”, no volen dir res, no tenen cap significat.

L’amor és capaç de transfigurar les coses més senzilles; la falta d’amor, d’espatllar les més sublims.

I, què hi ha de millor per il•lustrar un concepte, que explicar un conte. Un conte que ha conegut milers de versions en totes les cultures, i no és per casualitat. L’autèntic amor i el que representa no són exclusius d’aquest o de l’altre. Ara bé, a mi m’agrada aquesta, que vaig llegir sent molt petita, i que prefereixo a d’altres més elaborades. Anem, doncs, cap a l’exòtic Japó i gaudim de la història de









L’agraïment dels pardals

En una remota illa del Japó hi havia un poble molt, molt petit, en el qual vivien unes quantes famílies dedicades al cultiu de l’arròs, el mill i la civada. Treballaven molt dur, però també gaudien de la dansa i el cant, i de la bellesa de les flors, i de les històries, el teatre i els contes.

Allà vivia una anciana molt estimada per la seva família. Era baixeta i fràgil, amb els cabells grisos ben pentinats en un monyo i la carona arrugada com una poma pansida. Anava amunt i avall amb moviments petits i passes curtes, com de persona modesta, que no vol, ni li cal, cridar l’atenció. Mentre els homes i els jovenets treballaven al camp i les dones s’atrafegaven per la casa i cuidaven dels porcs i les gallines, la bona Aiko s’ocupava del petit hort en que creixien llegums, hortalisses i verdures, sempre ajudada per algun dels seus petits néts o nétes. Un dia la trobàveu lligant les mongeteres, o cavant, regant i fangant; un altre recollint cebetes, o raves, o naps. Però el seu orgull eren les carabasseres. Mimades com estaven donaven uns fruits de color pujat i bona grandària, i molt saborosos. La sopa de carabassa de l’àvia Aiko era insuperable, i no parlem del seu estofat de flors de carabassa amb pastanaga, carabassó i mongetes. I què direm de la pasta dolça que es cuinava per a les festes, amb carabassa i mongeta vermella. Les carabasses de l’Aiko eren les reines del poblet!

Però va venir una mala època, i la collita d’arròs els va fallar. Aquell any les passarien magres. Sort en tenien, de l’hort de l’àvia i dels camps de mill i civada, però, com s’ho farien fins a la propera collita? Sense gens d’arròs, la porció de menjar seria ben minsa!

Un bon dia, una de les nétes de l’Aiko va sentir una trista piuladissa sota d’unes fulles i, quan hi va mirar, va veure un pardalet. Aletejava espantat i intentava volar, però no se’n sortia i només feia que botar. Una de les potetes estava encongida. La petita, que ja havia estat alliçonada per la seva àvia a no molestar ni tocar barroerament els animals, va córrer a buscar-la i la va guiar cap a l’ocellet mentre li estirava el quimono i no parava de xerrotejar:

—Mira, àvia, mira. Un ocellet! I no sé què li passa. Àvia, el podem ajudar?

L’Aiko es va ajupir i va veure la pobra bestiola. Amb molta cura la va agafar i la va examinar mentre el pardalet no parava de xisclar desesperat.

—Aquest ocell té una pota trencada —li va dir l’àvia—. Mira, estimada, veus què ha passat? Ha baixat a menjar aquests quatre cuquets i saltant, saltant, s’ha enganxat amb aquesta tija dura.

—I què farem ara, àvia, que podem fer?

—Cuidar-lo perquè no es mori. Abans que res recollirem herba flonja. Em penso que tinc una mica de cotó. Li prepararem un niu i el posarem a un racó de la galeria, que estigui al aire lliure però protegit. Prepara uns grans de mill, que li donarem menjar.

I així van péixer l’ocellet durant uns dies. Tots els menuts de la casa n’estaven encandilats, l’anaven a veure a cada moment i patien per si tenia fred o li tocava massa el sol. L’Aiko ja els va advertir que, un cop estigués bé, marxaria.

—Tingueu-ne cura, però no us penseu pas que es quedarà per sempre.

—Per què, àvia? Nosaltres l’estimem! Volem que es quedi!

—Aquest ocell és lliure. Si de veritat l’estimeu, voldreu que torni al seu niu i a la seva vida anterior.

I així va arribar el dia que el pardalet estava prou fort i amb la poteta ben soldada. Ningú no es va adonar, però en un moment l’ocellet ja no hi era. Quan van anar a posar-li el mill, havia desaparegut. Un o dos petits van plorar, però la bona Aiko els va consolar parlant-los de com era ara de feliç l’ocellet i què orgullosos havien d’estar de no haver-lo fet presoner.

Al cap de pocs dies, mentre l’Aiko feinejava per l’hort, un pardal va baixar al seu costat i hi va deixar una llavor. L’Aiko la va agafar i va veure que era una llavor de carabassa. Com que era justament l’època de sembrar-la, ho va fer en el raconet més cuidat de l’hort.

—Què curiós —pensava— que l’ocell em portés aquesta llavor. No havia sentit mai que els pardals tornessin els favors! Veurem què en surt.

I en ben pocs dies, va brotar una carabassera. Era preciosa, immensa, i en van sortir unes carabasses enormes i d’aspecte sucós. Tots els néts van ajudar a recollir-les perquè la bona Aiko no podia tota sola amb elles, de tan grans que eren i tant com pesaven. Les van portar a la casa i van decidir obrir-ne una. Oh, sorpresa! Després d’una capa de molsuda carabassa, la resta estava plena d’arròs. Van obrir totes les carabasses, i de totes vessava l’arròs, i no parava de rajar, així que van començar a omplir cubells i cossis, i cistelles i olles, i l’arròs no va parar de sortir fins que no van tenir el rebost ben ple per a tota la temporada.

No en vulgueu de cants, i xiscles, i cançons i alegries! Els petits van córrer per tot el llogarret escampant la notícia:

—L’àvia Aiko va cuidar un ocellet, i aquest, en pagament, li ha dut una llavor de carabasses curulles d’arròs! Visca l’àvia Aiko!

I ja teniu tot el poble obrint un pam de boca davant el rebost i, qui més qui menys, demanant un petit ajut. I pot per aquí, cistellet per allà, sac pel darrera, sàrria pel davant, tothom va emportar-se arròs i el rebost no es buidava. Aquell dia, tot el poble lloava l’Aiko i la seva bondat que els havia dut aquell bé de Déu de menjar.

Però ai, que l’enveja és mala consellera, i que molt a prop vivia una altra família, que tot i que havien carregat arròs com per atipar-se tres anys, encara no estaven prou contents. Ai, que l’àvia que allà vivia era malagradosa, tafanera i criticaire, que res no li semblava bé sinó el que a casa seva es feia i es deia. Ai, que va pensar que ella també es mereixia un premi igual de gros, si no més, i que era ben capaç d’aconseguir una llavor de la màgica carabassa de l’arròs.

I així va ser que la Yukio i els nens es van amagar al seu hort, que van espiar des de darrera les mongeteres, i que a cops de roc van ferir tres o quatre ocelletes dels que baixaven confiats a buscar cuques al terra. I un cop els van tenir, els van cuidar amb molta tendresa, els mimaven, els cantaven cançons, els abrigaven. Els donaven, no ja mill remullat, sinó bons grans d’arròs de la carabassa, que els ocellets veiessin que eren generosos i despresos.

—Oh, pardalets bonics! Sigueu agraïts a la nostra bondat! Porteu-nos llavors de carabassa! —cantaven tot el dia, mentre els acariciaven el caparró amb un dit. —Correspongueu adequadament al nostre tracte!

I va arribar el dia que, un darrere l’altre, els ocellets van aixecar el vol. I la Yukio vigilava l’hort, no se li escapessin les llavors de l’agraïment. I els pardalets van tornar, i portaven les llavors al bec, i als seus peus les van deixar. I la Yukio les va sembrar, i entre tots les van cuidar, fins que van brotar les carabasseres, ufanoses, més grosses encara que les de l’hort de l’Aiko.

En van fer una festa ben lluïda; van portar les carabasses a la casa, i, tot rient-se dels veïns, que no havien estat prou llestos, es van disposar a obrir-les i omplir d’arròs fins el darrer racó. Apa que no anaven a presumir davant dels altres! A més, podrien vendre l’arròs ben car als pobles del voltant. D’aquesta feta, es farien rics!

I quan van obrir la primera carabassa, no en sortia res. Estranyats, van obrir la segona, i res. I així fins que totes (i eren moltes) van estar obertes. I quan van fer el forat a la darrera carabassa, què direu que va passar? Que va sortir arròs a tones? Ni de bon tros. El que en va sortir van ser núvols i més núvols de mosquits morts de gana que es van llançar contra la família i la van deixar més picada que un tatami a la neteja de primavera. I quan els mosquits es van haver atipat de sang, de les carabasses va sortir una munió d’escarabats i llagosta, que es van cruspir l’arròs, el mill i la civada, tot el menjar de la casa, que no van deixar res per verd. Ni les carabasses es van salvar de l’avidesa dels insectes. Quan van haver acabat, es van instal•lar còmodament per tots els racons, escletxes i forats, es van amagar per tots els armaris, es van aposentar als llums, al forn, a la pastera. La família de la Yukio va haver de demanar auxili a tot el poble per netejar casa seva, i ni fumant totes les habitacions amb foc d’estelles de pi se’n sortien. Finalment, van haver de cremar la casa i tot el que hi havia dintre per treure’s de sobre l’espantosa plaga.

Jo no sé si d’aquesta feta la Yukio i la seva família van aprendre o no la diferència entre la compassió i els favors interessats, però de segur que mai no van poder oblidar com és d’expressiu l’agraïment dels pardals.

dissabte, 11 de setembre del 2010

Pare Lebbe: estimo i comprenc


Vaig conèixer Vincent Lebbe d’una manera prou estranya. Passejava per una d’aquelles fires del llibre usat, de segona (o desena) mà, amb taules abarrotades de volums de totes les grandàries, col•locats sense ordre ni concert. Triats, remenats i fins i tot caiguts; oberts, doblegats, gastats, sembla que demanin per caritat al passejant que els escullis, els adoptis i els portis a casa, que no els deixis abandonats al carrer, exposats a sol i serena. D’alguna manera tenen vida pròpia.

Doncs allà s’estava, un llibre en rústica, de tapes taronges amb lletres blanques, curosament protegit per una funda de plàstic. El títol: Diplomacia de Cristo en China (Vie du Père Lebbe, Leclercq, J., 1955). I direu, es pot saber què és el que et va atreure? Ni jo ho sabria dir. El vaig agafar i només amb un cop d’ull vaig veure que es tractava d’una obra religiosa catòlica. Així, d’entrada, semblava la vida d’un missioner com poden haver-hi tantes, fins a l’avorriment, en qualsevol llibreria pietosa. L’edició espanyola era de l’any 1960, d’una tal Editorial Litúrgica Española i amb tot de nihil obstat, imprimatur, noms d’autoritats, etc., en les primeres pàgines. L’anava a deixar quan vaig veure la fotografia de Vincent Lebbe. Quins ulls! Quina expressió! Vaig voler saber qui era aquell home. El llibre era quasi regalat, devia portar anys donant voltes amunt i avall però estava pràcticament nou; dubto que hagués estat llegit ni un sol cop. «Vinga, va, pel que costa... Si no m’agrada el torno a portar a la fira i punt.»

Bé, el llibre no em va agradar gaire, però es va repetir el que us vaig explicar al meu post Família Ten Boom, que el que sí valia la pena era la història que es relatava, la història d’un home belga que va viure una aventura extraordinària.

Frédéric Lebbe va néixer a Gant l’any 1877, i va ser ordenat sacerdot, va adoptar el nom de Vincent i va ser enviat com a missioner a la Xina l’any 1901. Dins de l’esperit de la seva època, havia estat format en la idea de l’occident (i França molt especialment) com a mestre civilitzador de la resta del món. Ja des de molt jove havia tingut molts problemes a les escoles belgues pel seu fervent patriotisme pro-francès; era anti-flamenc, francòfon convençut i militant, catòlic de soca-rel, pregoner entusiasta de la seva veritat i disposat a portar la llum als infidels a qualsevol preu... Vaja, direu, i això et sembla tan interessant? Ah, però a la família Lebbe hi havia una espurna lliberal, una influència quasi impalpable provenint d’un avi viatger, luterà, bohemi i aventurer. Els pares de Frédéric el van ensenyar, abans que res, a pensar per ell mateix, a observar i decidir. En el fons, tenia una mentalitat ben diferent del que es portava en una societat com la seva. Arribat a la Xina, va ser colpit per la realitat del país que havia anat a convertir fins a integrar-s’hi totalment i adoptar la nacionalitat xinesa.



Durant tota la seva vida va combatre incansablement les ingerències colonials de les potències occidentals i del Japó en els afers interns xinesos, ingerència que durava des del 1848. Va lluitar contra els prejudicis de l’església catòlica en contra del clergat indígena que ells mateixos formaven... i després menyspreaven. Va defensar la igual dignitat de totes les persones, de totes les llengües, de totes les nacionalitats. Es va enfrontar greument contra la jerarquia catòlica, que el va castigar, ofegar i reprimir. Va obeir, així estava educat, però no va canviar de pensament. Va estimar la seva nova terra, es va introduir en la seva cultura, va adoptar els seus costums, va estudiar la seva literatura... És impossible en quatre ratlles fer arribar l’obra immensa de Lebbe, i, especialment, l’amor que va donar sense aturador allà on va anar. No és fàcil explicar en un moment com aquesta persona va ser capaç de fer canviar la visió que es tenia dels orientals i altres pobles, als quals s’anava a salvar, sempre i quan acceptessin que eren inferiors. No va deixar per remoure ni una pedra de la hipocresia europea.





Una pinzellada del que eren les relacions entre missioners i xinesos: Vincent va rebre el primer xoc important en el moment en que baixava la passarel•la del vaixell que l’havia deixat a Tientsin. Trotava alegrement amb la seva maleta quan va ser increpat pel sacerdot que l’havia anat a esperar: «Un missioner no porta mai la seva maleta. Doni-li a un xinès!» Sí senyor, què carai, missioners però no tontos; desprès de tot, els blancs som superiors, oi? A sobre que venim a fer-los un favor... Ai, com s’encresparà el nostre amic Vincent contra aquestes coses denigrants, com hi lluitarà sense descans a costa de la seva carrera, de l’estimació dels seus superiors. Va ser un home valent, un d’aquests valents de veritat que no necessiten armes, ni violència. Totes aquestes, virtuts que justament els xinesos aprecien molt: d’aquí ve que fos conegut a tota Xina amb el nom que portarà per sempre: Lei Ming Yuan, el tro que canta en la distància.

P.D.

Evidentment, he conservat el llibre. Són cinc-centes pàgines que s’han de llegir amb paciència i a cops entre línies, però val la pena. La figura de Lebbe no és gens coneguda al nostre país, però sí a Bèlgica i França, on ha estat molt valorat i un inspirador de la visió molt més fresca, lliure i senzilla del catolicisme que es porta per aquelles terres. Jo no sóc catòlica, però puc apreciar i valorar perfectament a una persona així. Un dels meus herois, i tant! I no pel que va aconseguir, o no, sinó pel valor amb que es va enfrontar a ell mateix, a les seves creences i conviccions, en com les va afinar, en com va créixer, en com les dificultats no li van fer trair mai la seva íntima veritat. Més enllà de religions establertes i creences no compartides, Lebbe és per a mi algú molt especial: qui em va ensenyar a mirar als altres, els diferents, en lloc de jutjar-los!

dimecres, 8 de setembre del 2010

La mirada que espera


Porto anys enamorada d’aquest preciós retrat, obra de la mà inconfusible de Goya (La condesa de Chinchón, c.1800). Aquesta noia, Maria Teresa de Borbón, era cosina del rei Carles IV i va ser casada amb el ministre Godoy quan tenia uns disset anys. Goya la coneixia des de petita i li tenia molt d’afecte. La model tenia aquí amb prou feines vint-i-un anys i estava embarassada de la seva primera filla.

La vida de Maria Teresa no era feliç. Després d’una infantesa complicada, i amb un caràcter més aviat tímid i introvertit, quan es va casar es va endur la desagradable sorpresa de trobar-se a l’amant del seu marit ben instal•lada a la llar matrimonial i sense cap desig de marxar: fins i tot compartien taula als àpats. Sense experiència, allunyada de la família, empantanegada en un d’aquests casaments d’estat que a més va servir per afavorir les ambicions d’un seu germà, tractada amb menyspreu (i es diu que fins i tot maltractada) per Godoy i esclava de les aparences i la moralitat de l’època, que li impedien abandonar-lo, es va tornar cada cop més esquerpa. La caiguda en desgràcia del seu marit va propiciar finalment la nul•litat del matrimoni.

Diverses circumstàncies polítiques la van portar a l’exili a París. Allà no va ser pas més feliç que a Espanya. Va intentar refer la seva vida sentimental i va caure en les mans d’un tal coronel Mateos, que la va enganyar i vexar, i es va enriquir a les seves esquenes. Finalment, va morir de càncer d’úter als quaranta-vuit anys.

En aquest quadre, el pintor l’ha retratada amb tanta tendresa que fins i tot ens commou a nosaltres. Jove, vulnerable, embarassada d’un fill que potser va creure que li portaria alguna alegria, la seva mirada somniosa defuig la de l’espectador; el somriure és molt lleu, les seves mans protegeixen el ventre arrodonit. És que Maria Teresa espera, encara, alguna cosa de la vida? O és l’autor qui no vol donar-ho encara tot per perdut? Potser és que realment va voler tenyir de quelcom esperançador el retrat d’aquesta noia, bellíssima, però orlada de tristesa.

El quadre es troba actualment al Museo del Prado.