dissabte, 17 de setembre del 2022

Cursilada




Primera parte:

Hace ya varios años cayó en mis manos un interesante libro del psicólogo estadounidense de origen húngaro Mihály Csíkszentmihályi. La obra, titulada Fluir, la psicología de las experiencias óptimas (Flow: The Psychology of Optimal Experience, 1990), fue una auténtica revelación.

El concepto de flujo se refiere a un estado completamente natural del cerebro humano en el que la persona está como ausente de sí misma, concentrada de forma absoluta en lo que sea que esté haciendo: trabajar en una oficina, escuchar música, escalar, dibujar, mirar el paisaje... Tanto da mientras sea algo que nos da sentido por sí mismo, sin segundas lecturas. Afirma Csíkszentmihályi que alcanzar el estado de flujo proporciona la base de la felicidad y la realización.

Digamos que la cosa, entonces, consiste en encontrar y cultivar aquellas actividades que nos llevan al estado de flujo, un "modo cerebral" de alta concentración, pero sin tensiones. El cuerpo ni se siente, la mente está callada, el tiempo no existe. Cuando volvemos o despertamos, tenemos una maravillosa sensación de libertad, de horas bien aprovechadas, de bienestar total.

El autor fue desarrollando este concepto en numerosos artículos desde el año 1975, en que lo formuló por primera vez, y después lo fue enriqueciendo en variados detalles.Otros investigadores han realizado sucesivas aportaciones complementarias hasta llegar a definir el estado de flujo como una noción totalmente integrada en la psicología actual, y empleada con éxito en numerosos campos.

Por si fuera poco, esta idea del estado de flujo se encuentra (evidentemente sin darle un nombre concreto, o con connotaciones muy diferentes) en muchísimas culturas: ya sea un estado meditativo clásico, u otros más conmovedores, como el precioso ejemplo que señala él mismo hablando de las mujeres indias que, totalmente absortas en su trabajo de tejido, necesitan que sus hijos las avisen de la hora de hacer la comida.

Experimentar el estado de flujo es un regalo magnífico, y podría decirse que cada uno de nosotros tenemos, entre el resto de tareas de nuestra vida, la de encontrar cuáles son las que nos llevan hasta ese punto y cultivarlas, porque, al fin y al cabo, estamos trabajando por nuestra propia felicidad.


Segunda parte:

Y ahora, la explicación del título de este post. Cursilada. ¿Por qué? Porque da auténtica grima leer un artículo pretendidamente divulgativo escrito en lengua castellana en nuestro Año de Gracia de 2022, hablando de un tema estimulante como éste, y que el/la escritor/a (?) se permita dejar de lado la palabra flujo, que por lo visto encuentra muy cutre, y se dedique a rellenar su texto de una palabreja como flow, que en inglés está muy bien (es el término original, de hecho), pero que en el marco del susodicho artículo canta como una almeja.

Es una cursilada emplear términos en inglés en un texto escrito en castellano (o en francés, o en catalán o en chino) cuando ya existe un término correcto totalmente aceptado desde hace casi 50 años —casi nada—, claro y conocido de todos los interesados. Pero claro, eso del flow queda muy requetebién, demuestra cómo me leo los articulitos en inglés original. Y que soy modelno/modelna, y, en fin, estoy al día de toda esa serie de lindos nombres que aparecen últimamente sobre problemas de relaciones y que no hay quien entienda ni distinga. Consultad si no el Diccionario de las (malas) relaciones que publicó El País en abril de 2022. Parece que, si no es en english no podemos poner nombre a nuestros quebraderos sentimentales. Al menos no un nombre cuqui, que no sea algo mesetario y cochambroso. ¿El despiporre llegará hasta los propios psicólogos?  No sé si reír o llorar.

Y el peligro para el castellano son el resto de lenguas peninsulares. Qué risa, madre mía.


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