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Una tranquila noche de sueño reposado es un hermoso regalo |
Capítulo XVI. Nocturno
Después de tomar una pequeña colación todos se habían ido a sus habitaciones, ya que Radha había encontrado sitio para sus compañeros en el mismo Palacio Saraswati, muy cerca de su propio alojamiento. Una vez salieron del despacho, los acompañó, a través de un umbrío jardín, hasta un moderno edificio anexo distribuido en pequeños y cómodos apartamentos unipersonales, y que contaba en la planta baja con una cantina de veinticuatro horas estrictamente vegana.
La residencia había recibido el nombre, algo rimbombante, de Edificio Pavitranda1, y proporcionaba un servicio razonable y a buen precio a las personas que deseaban asistir a los diferentes actos y convenciones pero que no disponían de los recursos de los ponentes más encopetados o el apoyo de una organización importante. Con esta acertada política el Saraswati había conseguido que sus eventos fueran un gran éxito de público y que se pudieran contrastar gran número de opiniones en todos los campos y especialidades que se debatían. Requería una organización muy rigurosa, pero el tiempo y recursos invertidos lo habían convertido en un referente a nivel mundial. Gracias a esta disposición, Radha no había tenido problemas para colocar a sus antiguos subalternos y conseguir pases para ellos.
Elaine quedó muy satisfecha con su habitación. Era diminuta pero encantadora, adornada con gusto, con una ambientación claramente india. Disponía incluso de un discreto gestor de residuos orgánicos, lo que permitía a quien estaba hospedado hacer sus necesidades y lavarse las manos allí mismo, sin necesidad de trasladarse hasta los servicios públicos de la planta. Era una inesperada comodidad, pues podría limitarse a utilizar los lavabos compartidos para ducharse. Se dejó caer en la cama y casi inmediatamente se durmió. Apenas tuvo tiempo de quitarse los altísimos zapatos y tirarlos en una esquina del cuarto con la firme intención de no volver a ponérselos nunca más.
Aiko cerró la puerta, suspiró con agradecimiento y se dirigió a la maleta. Sacó el viditel y pidió una llamada a Tokyo. Mientras esperaba la conexión se quitó el mono-kaiteki que había llevado en el viaje y se puso un cómodo kimono de algodón. Al cabo de unos minutos recibió la señal de respuesta y vio el rostro de Yasuhiro, que la miraba con cierto asombro.
-¿Aiko-chan? ¿Eres tú? Es bastante tarde, ya estaba durmiendo. ¿Pasa algo?
-No, nada, acabo de salir de una reunión y quería saber cómo seguía Mitsuki-chan. Por no llamarla a deshora he preferido despertarte a ti.
Yasuhiro quedó pasmado por el desparpajo de su mujer, pero prefirió contestar a la pregunta.
-Nuestra hija está bien, he hablado con ella antes de cenar y aunque se siente muy pesada por lo demás todo está correcto. ¿Y tú?
-Bien, interesante -Aiko contestaba con cortesía, pero era evidente que no deseaba dar más explicaciones de las necesarias.
-Ya han pasado dos días. ¿Estarás mucho tiempo todavía?
-Seguramente más de lo que pensé al principio. Te avisaré. Dile a Jiro-chan que estoy en Delhi, no he tenido tiempo de llamarle y quizás necesita alguna cosa. Recuerda que has de cuidar el kokedama, no querría encontrarlo mustio cuando llegue. Vigila tu alimentación, no compres comida rápida ni carne -pensó durante un instante-; cuando acabes lo que te dejé preparado puedes ir al Kanda-Veggie que está a dos calles, la señora Aoyama te atenderá muy bien, sólo dile que eres el marido de la doctora Minamoto.
Siguió dando diversas indicaciones respecto a la ropa, al ventilado de la casa… Yasuhiro la escuchaba a medias mientras en su mente volvía y se revolvía una sola frase que le había dejado helado: «eres el marido de la doctora Minamoto». ¿Cómo se había producido esta metamorfosis?
Cuando acabaron la conversación y cerró el viditel, Aiko sonrió para sí con regocijo, como una chiquilla tras una ingeniosa travesura. Después se echó en la cama y en pocos segundos estaba profundamente dormida.
José Quinteros consultó en el terminal la diferencia horaria con Corrientes, y decidió intentar hablar con Martina. A esa hora debía estar en la pausa-café de media mañana. Pidió el número del Liceo y el contacto con su esposa; tuvo que esperar bastante, pero finalmente apareció su querido rostro en la pantalla.
-¡Amor mío! ¿Cómo va todo, cómo estás?
-Bien -Quinteros decidió no dar detalles-. Pero quería verte, y saber qué tal estáis tú y las niñas.
-Te echamos en falta, amor. Pero estamos bien. Ha venido mi madre para ayudarme y cuidar a las niñas mientras te encuentres de viaje, y se queda a pasar las fiestas. Los ensayos del coro para el culto de Navidad están muy avanzados y necesitamos a nuestro tenor solista… ¿Estarás aquí?
-No lo sé -por alguna extraña razón, decidió mostrarse optimista-. Participar en los cantos de Navidad es una tradición que no quisiera perderme, pero creo que ha sido un acierto que viniera, y que aclararemos muchos detalles. Nuestro Señor lo comprende.
Martina sonrió, feliz. En realidad, aconsejar a su marido que hiciera aquel largo viaje la tenía dudosa y llena de culpabilidad. Notarle tan positivo la tranquilizaba. Después recordó algo:
-José, ponte en contacto con tu supervisor, me llamó ayer porque les falta tu autortech para anular el pago de los días de licencia y no podía localizarte. Supongo que estabas volando. ¿Has pedido un permiso sin retribución?
-Así es, para evitar problemas si esto se alarga. Cuídate, muchos besos a las niñas y a tu madre -la miró con preocupación-. Pareces cansada.
-Lo estoy, los chicos de la escuela están cada día peor, no sé qué les ocurre. No es conmigo, todos los profesores se quejan de lo mismo. Es como si una cierta inquietud flotara en el aire, y ellos la perciben y reaccionan con irritación; están desorientados. En casa, me cuesta mucho que las niñas se mantengan tranquilas y hagan sus tareas; se las ve rebeldes, como si esperaran que pasara algo y les molestara seguir su rutina…
Se miraron el uno al otro con cierta desazón. Cuando se despidió de su mujer y cerró el contacto, Quinteros tuvo una sensación de urgencia. Debían ponerse ya a tratar el tema que los había llevado allí porque una catástrofe se acercaba; los niños la preveían como los animales presienten los cataclismos, y quién sabe si la clave para conjurarla se encontraba en las manos de Roger Bouchard. Se dirigió a su cama, y aunque creía que sería incapaz de dormir por culpa del desfase horario, pronto se hundió en un profundo sueño.
Mientras tanto, Radharani se envolvía en su chal preferido y se echaba en la cama con un ProjekNippon, pues aunque se sentía muy cansada no tenía deseos de dormir. Lo puso en marcha y ante ella, flotando en el aire, apareció una gran pantalla. El aparato mostraba sus textos con caracteres claros de cómoda lectura y hermosas ilustraciones. Proporcionaba servicio de diccionarios, notas, enlaces a la Libromondo y complementos informativos, a un leve movimiento de su dedo sobre el control. Era un regalo de su padre, y sabía que le había costado muy caro, pero le agradecía inmensamente hasta el último taka que se había gastado. Contenía también una biblioteca completísima de todo tipo de literatura en sus idiomas originales y en cuidadas traducciones al hiplan; accesos a fondo de museos, grabaciones de películas, obras de teatro y musicales, literatura científica y suscripciones a revistas con actualizaciones. Una auténtica maravilla. Aunque entonces estaban de moda los últimos avances en experiencia inmersiva en cinco dimensiones, Radha prefería con mucho las proyecciones. Era mucho más agradable la intimidad que le proporcionaban, y así permanecía alejada de las multitudes, de las aglomeraciones ansiosas de diversión, y del ambiente ruidoso y vulgar que las acompañaban.
Escogió una serie clásica que tenía ya un siglo pero que le encantaba: una magnífica versión de su novela favorita, Gora2, rodada con una intensa sensibilidad. Trajes, música, escenarios, el buen trabajo de los actores… la hicieron retroceder a la Bengala de cinco siglos atrás y conmoverse con aquella historia atemporal y eterna. Además, ella misma llevaba el nombre de uno de los personajes principales. Desde pequeña había reído y llorado con las aventuras de la muchacha. Pero aquella noche, en medio de una de las escenas más absorbentes, empezó a sentir una intensa desazón. Se dio cuenta de que, como la Radharani del cuento, estaba en peligro de perder su mundo, ese mundo que creía conocer y tener perfectamente controlado. Todo aquello que dio siempre por sentado se estaba desmoronando y quizá nada volviera a ser nunca como lo que había conocido. Cerró el Projek porque se veía incapaz de seguir mirando cómo la protagonista se veía obligada a abandonar sus creencias más íntimas y sus afectos, y caía en brazos de lo desconocido, no viendo ante sí más que un futuro desolador. Una intensa angustia la invadió, y por primera vez en muchísimos años se puso a llorar. Echada en la cama, se quedó dormida entre lágrimas, como una niña.
A la misma hora, el viejo aeroplano troposférico 2038 de la MIAT3 , reciclado de un antiguo avión militar, sobrevolaba el Gobi mientras la mayoría de los pasajeros descabezaban un sueñecito más o menos plácido en los incómodos asientos. Los esposos Gantomor estaban desvelados. Ella fijaba la vista en la noche a través de la estrechísima ventanilla y él dejaba vagar su pensamiento, deteniéndose a veces en algún pequeño detalle que quizá podría dar sentido a todo el conjunto. Había sido tan extraño aquel encargo que le había transmitido la hija de unos conocidos de su familia… La chica había cabalgado dos días por la estepa buscando el campamento de los Gantomor, espoleando a su caballo sin darse un descanso, empujada por una viva ansiedad, con el único objetivo de llevar un aviso urgente a Iderbayarii. Era un simple mensaje oral que les había llegado desde otro enclave de yurtas y ya nadie recordaba su origen: «Has de presentarte en Nueva Delhi el día anterior al inicio de la Convención de Astronáutica. Allí encontrarás a tus antiguos compañeros de la Mare Undarum. No faltes».
La simple mención del que había sido su último proyecto espacial hizo resonar el alma de Iderbayarii con un eco profundo, como un gong golpeado con una pesada maza, y le impidió rehuir la llamada. Otra vez la Mare Undarum. Ya no se resistió. Supo que tenía que acatar la orden sin vacilaciones (porque comprendió que se trataba de una orden y no de una sugerencia o una solicitud) así que avisó a su familia y se dispuso a tomar el tren rápido hacia Ulaanbaatar, aprovechando que el campamento estaba apenas a 80 kilómetros de una estación de la vía férrea transmongoliana. Después subiría al avión y llegaría a Nueva Delhi con la mayor rapidez posible. No tenía idea de quién podía apremiarle de este modo, pero ni siquiera soñó en desobedecer.
La mujer se volvió hacia Gantomor y le tomó la mano con afecto.
-Ider, ¿no puedes dormir?
-Tú tampoco, por lo que veo.
-Ha sido todo tan imprevisto y tan acelerado… Todavía me siento nerviosa.
-No hacía falta que me acompañaras, aunque te lo agradezco más de lo que puedas imaginar, Ochir.
Los ojos de su esposa se nublaron y volvió a fijarlos en la ventanilla. Cuando recuperó el autodominio se dirigió de nuevo a su marido.
-Si crees que dejaré que te enfrentes solo a esta situación… Ni lo sueñes. Bastante sufriste ya al regresar de Titán. Tú allí, aislado como un malhechor, y yo haciendo viaje tras viaje hasta Bosten con la niña, y nunca me dejaron verte. Nuestra pequeña Oyuun apenas tenía un año, ni siquiera la habías visto nacer, hablábamos por el visifono. Aquellos meses fueron terribles.
-Es curioso que tengas ese mal recuerdo de la investigación, cuando yo ya estaba en la Tierra y a salvo, y no sientas lo mismo hacia la expedición en sí.
-Eras un astronauta y estabas llevando adelante tu trabajo. Se te veía tan orgulloso, tan satisfecho; ilusionado, sí, por aquel proyecto. Los días en que la Mare Undarum desapareció fueron de gran inquietud, no te lo voy a negar, pero es uno de los riesgos que todos aceptamos. Qué alegría cuando se restableció el contacto…-el rostro de Ochirbatyn se ensombreció-. Lo espantoso fue el regreso. El encierro de tantos meses en Bosten. Para mí fue como tenerte en una prisión. Injusto, arbitrario. Horrible.
-Era una prisión. A punto estuvimos de ser juzgados como traidores. Aún no sé qué nos salvó de pagar un precio mucho más alto por aquel incidente. Al menos yo, al volver, encontré una esposa y una hija que me estaban esperando, y en la Tecnológica me abrieron las puertas en cuanto supieron que buscaba trabajo. Otros lo tuvieron más difícil.
Ochir suspiró, pasó el brazo por debajo del de su marido y recostó la cabeza en su hombro. Así se quedó finalmente dormida mientras Iderbayarii se sentía invadido por la duda y la aprensión. Sin embargo, y sin saber cómo, se fue serenando poco a poco y se dejó caer en un sueño mucho más tranquilo de lo que había imaginado al empezar el viaje.
Varias horas después, en plena madrugada, la insistente alarma del viditel despertó a Elaine. Apenas si comprendió qué estaba pasando hasta que se dio cuenta de que tenía una llamada. Malhumorada, pulsó el contacto y vio que era su exmarido. Hizo un esfuerzo por despejarse y habló con una voz algo velada.
-¡Jean Luc! ¡Hola! ¿Te pasa algo? ¿Qué haces llamando por viditel?
-¡Hola, Elaine! Si que tardas en contestar… ¿No estás en casa? Tu fono indica fuera de cobertura…-se fijó con curiosidad en el fondo que se entreveía, tan distinto del piso de Elaine-. No me digas que has ido de fiesta y has acabado en un hotel, y acompañada… -la voz de Jean Luc era sarcástica, nada cordial.
-Estaba durmiendo, ¿qué quieres? -bostezó de forma incontrolable.
-Si aún no son ni las diez…
-A ver, son… -miró el reloj del aparato de comunicación-. ¡Pasan de las dos de la madrugada! ¿No te ha avisado el servicio de llamadas viditel de que estoy en este huso horario? -ahora estaba enojada, aquel Jean Luc no le tenía la más mínima consideración.
-Creí que era un error, si tú nunca vas a ninguna parte. ¿Dónde estás? -Jean Luc no daba crédito a lo que estaba oyendo.
-En Nueva Delhi, en una convención, por eso el fono no me localizaba -Elaine se sentó en la cama rascándose el cuero cabelludo.
-¿Una convención? ¿Y en la India, nada menos? ¿De qué narices estáis hablando?
-Es la Convención Internacional de Astronáutica en el Espacio Profundo -como estaba molesta por las palabras de Jean Luc, procuró que se oyeran bien las mayúsculas.
-¿Y te han invitado a ti? Si te echaron…
Elaine sintió una furia sorda. La incomprensión de su marido cuando regresó de Bosten la había herido profundamente. Ella cayó en una depresión, y no obtuvo ninguna ayuda de parte de él. Su relación fue de mal en peor hasta que Jean Luc, harto de aguantar lo que llamaba “las neuras de Elaine”, pidió el divorcio.
Los recuerdos le hicieron daño. En aquellos momentos se sintió incapaz de ser amable y contestó de forma desabrida.
-¿Qué quieres? Si no es urgente, déjame dormir.
-Bueno, se trata de las llaves del apartamento… No me las has devuelto y quería ir este fin de semana.
Elaine se sintió un poco culpable.
-Oh, Jean Luc, lo siento. Cuando volví de Cauterets tuve que gestionar el viaje a Delhi, todo era urgente y ni me acordé. Las he dejado en casa. Y la señora Gervaise está fuera, no podrás entrar.
-¡Caramba, Elaine! Le había prometido a Marielle que la llevaría de fin de semana romántico. ¿Y ahora qué hago? -se estaba poniendo nervioso y levantó la voz, cosa que no resultó nada agradable para Elaine, cuya culpabilidad se evaporó y que respondió con aspereza:
-¿Quién demonios es Marielle? ¿Tu novia no se llama Alisha o algo por el estilo?
-Alisha me dejó hace un mes…
-Ya veo que estás muy disgustado. ¿Cómo decía mi abuela aragonesa? Ah, sí, a rey muerto, rey puesto. Déjame en paz, Jean Luc, no estoy de humor y tengo sueño. Llévala a comer una pizza. Volveré en pocos días.
Jean Luc no daba crédito a lo que estaba oyendo. Elaine, siempre tan comprensiva, desviviéndose por complacerlo, anteponiendo el bienestar de su exmarido a sus propios intereses, haciéndole favores y recados sin pedirle nada a cambio más que un miserable fin de semana al año en Cauterets, parecía una extraña. Esta no era su Elaine, sino una auténtica bruja, como todas las divorciadas.
-Conque una pizza… ¿Tú qué te has creído? ¿Sabes lo que va a pasar? Que cuando recupere las llaves no las volverás a ver ¿me oyes bien? -Jean Luc ya estaba gritando-. ¿Te estás enterando? Es intolerable que me trates así. Supongo que no te das cuenta de que no tienes ningún derecho…
Elaine estaba ahora completamente despierta y alerta.
-Tú y tu novieta os podéis ir al cuerno. ¿No le puedes pedir un duplicado a tu mamá, o es que te da miedo decirle con quién vas?
-Si te parece, no tengo nada más que hacer que ir hasta París a buscar unas puñeteras llaves que ya tendrías que haberme dado.
-Existe algo llamado mensajería.
-¿Y me la pagas tú? Porque las llaves son mías, te las dejé por hacerte un favor.
-OK, no te preocupes, que te las devolveré y te las podrás colocar en un sitio que no te gustará oír.
Y se dio a sí misma la satisfacción de cerrar el contacto dejando a Jean Luc con la boca abierta y un palmo de narices.
-¡Dios mío, qué alivio! Creo que nunca me había desahogado así con ese imbécil. ¿Cómo pude aguantarle tantos años y echarlo en falta después? Y se ha aprovechado de mi buena fe todo lo que ha podido. ¿Cómo no me he dado cuenta hasta ahora?
Se dejó caer sobre la almohada, aún maravillada de su reacción, y feliz.
-¡Adiós muy buenas, señorito Jean Luc! No vuelvas a suplicarme que te redecore la casa para impresionar a tu nuevo amorcito, o que te cuide al chucho porque tu ligue de fin de semana es alérgica a los pelos de perro. Ya no soy aquella idiota que tenía miedo de que la odiaras. ¡A la porra con todo!
Se volvió en la cama y se durmió con una sonrisa.
(Continuará)
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1 Huevo Sagrado en lengua hindi.
2 Novela de Rabindranath Tagore publicada en 1910 y ambientada en Bengala en la década de 1880.
3 Siglas de Mongolyn Irgenii Agaaryn Teever: Aerolíneas Nacionales de Mongolia.